Saturday, February 24, 2007

Sonetos

SONETOS

I
Estás aquí conmigo noche y día
Estás como la lámpara y el techo
Y ya revives mi impaciente lecho
Que hace sólo un instante se moría.

Estás para cambiar la sangre mía
En nueva flor, en sol, en voz, en hecho;
Para hacer mar y tierra de mi pecho
para cambiar en luz la lejanía.

¿Por cuánto tiempo te tendrán mis muros?
Para guardarte quiero ser cadena
¿Por cuánto tiempo quedarán oscuros?

No estabas y ya estás en mi morada
Estás, y no estarás, ésa es mi pena…
¿Por qué a ti no estoy encadenada?
II
Porque llegas a mí en este momento
En que cubre mi voz la silenciosa
Maravilla de ser sólo una cosa:
La palabra que brota de tu aliento.

Porque cueva te hago, luz te siento
Y a mi ser aún arriba la imperiosa
Llamada del instinto, temerosa
Perdida en la mirada de otro viento.

En todo está la selva de tus besos
La espesa soledad de mi caverna.
En todo somos los eternos presos.

¿Por qué me siento en mis paredes muerta?
¿Por qué te siento en destrucción eterna?
Estás aquí, estás como la puerta…
III
Parece que te vas a cada instante
Que te inundas de vacío parece
En mi cuerpo de piedra la flor crece
Y en el tuyo la llama parpadeante.

Y en todo estás, en la caricia hiriente
En la luz mortecina que amanece
En el beso que el aire desvanece
En mi sombra, y en este hueco ardiente.

No estuviste. Ya olvido los ayeres
Recordaré con celo tu presencia
Ésta de hoy, la que me da poderes

Para construir en mi futuro lecho
Con sangre y piel de mi lejana esencia
La imagen de mi lámpara y mi pecho.

Mester 4, agosto de 1964


Ofrenda
I
Recibe mi presencia hecha de arena
Mi luminosa voz, mis ojos ciegos
Mis infantiles manos que urden juegos
Sobre tu espalda blanca, de luz llena.

Recibe la llegada que con pena
Presiente ya el crepúsculo y sus fuegos,
Recibe los oscuros, tiernos ruegos
Que lanza hasta ti mi voz serena.

No es otro el canto de sonido vago
Si llega a tus oídos con tristeza
Que el vuelo de las aves sobre el lago.

Recibe mi silencio, mi pobreza
El blanco manto que a tus pies deshago
Las horas de la más muerta belleza.
II
Serás en todo la tranquila mano
Que ha de forjar la plácida pureza
Ya cerca de la incógnita certeza
Serás mi sombra, lejos del verano.

Tendrás del aire ese perfume vano
que vierte sobre mí y sobre mí pesa
la luz del cielo, la quietud que empieza
sobre los nidos, la pradera, el llano.

Te entrego, mira, toda mi impotencia
Mi rostro azul, mi cuerpo descarnado
Y el blando material de mi conciencia.

Te doy mis manos, mi silencio alado
Mi frente luminosa, mi sentencia:
Recibe todo el juego imaginado.

III
Y puedes frente a mí, rostro de cera
Amar las sombras y seguir caminos
De polvos y cenizas ambarinos
Y puedes destrozar mi clara espera.

No será otra la que aún te quiera
Tener e imaginar en sus dominios
Que mi alma ciega, levantada en finos
Montes de plata, con ternura fiera.

Y ya en la tarde, bajo la montaña
Y vuelvo a ti, estatua blanca y muda
Simple silencio que a tu oído engaña.

Recibe así mi palidez desnuda
Mi infantil juego que en tu piel se ensaña
La triste imagen que tu faz demuda.

Mester 7, junio de 1965

Para el más reciente soneto, ver www.decirdelagua.com (enero 2006) y otro poema en el de enero de 2004

1 comment:

Anonymous said...

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