Thursday, November 29, 2012

Encuentros y desencuentros

Qué año sería… Me lo estaba preguntando, cuando, como suele o no, suceder, encuentro entre mi papelerío, el programa correspondiente a esa visita. Agosto 93.  Mi padre me llevó a conocer la recién inaugurada Casa del Poeta, con su Museo Ramón López Velarde y Biblioteca Salvador Novo-Efráin Huerta, en la Avenida Alvaro Obregón. Elsa Cross, ya para entonces poeta de renombre era entonces la directora. Me saludó cariñosamente. Nos habíamos conocido en el Taller Literario de Juan José Arreola, en Avenida Juárez, allá por 1963… En los números 4 y 7 (agosto de 1964 y junio de 1965) de la revista Mester se publicaron mis primeros sonetos: Recinto y Ofrenda. Arreola me comparó con Concha Urquiza, a quien yo no había leído. Mi referencia inmediata, mi aliciente, fueron los de Carlos Pellicer. Luego formé brevemente parte del grupo que reunían en su casa ella y su marido, Alejandro Aura, también poeta.

Después de la muy interesante visita a la Casa (el Museo era algo mágico, algo que reflejaba muy bien la personalidad poética del gran López Velarde), Elsa me invitó a acudir, esa u otra tarde, en todo caso el 18, a la Cafetería Bar Las Hormigas (tengo aquí delante la referencia) de la misma Casa, donde leerían, con el tema de La vida cotidiana¨*,  Oscar Oliva y Alejandro. Invité a mi mamá. Saludé a Alejandro, quien me pidió que lo llamara, para concertar una cita. Cuando lo hice, me invitó a comer con él y su segunda mujer, Carmen Boullosa, en su casa.
*Tema a cuya sombra bien podían colocarse mis poemas de una época, los publicados con ayuda de Jaime Giordano en Los Poemas de Irene, 1990, y que de hecho, poco después, y esta vez con la asistencia invaluable y generosidad de toda la vida de mi hermana Susi, presentarían en el Museo Carrillo Gil, Guillermo Samperio y la misma Elsa Cross.

Durante la comida,  antes o después de hacer un comentario sobre el hecho de que me hubiera ¨ido¨ o ¨escapado¨ del pais…, Aura me regaló uno de sus libros. Enseguida, él y Carmen me propusieron presentarme a Vicente Quirarte, poeta y director de una revista literaria. Era la oportunidad para una buena reconexión con el mundo mexicano de las letras. Me invitaban a cenar ese mismo sábado.
Sin embargo, Irene la perdió, una vez más. -Ay, no puedo. Mi mamá ya me tiene organizada una cena familiar de despedida… No sólo eso, sino que a la hora de despedirme de ellos –el chofer de A me llevaría hasta la puerta de Teocelo; mi hermana ya me había comentado: ¨Tiene mucho poder¨¨-, dejé olvidado el ejemplar que me acababa de regalar… Poemas o cuentos para leer en el avión, o algo así. Me dieron el contacto con Quirarte, pero nunca pude hablar con él. Y creo que ni siquiera se me dio oportunidad de enviarle mi material: o estaban cargados de trabajo en la revista, o no tenían presupuesto…

Casi veinte años después, en noviembre de 2012, de vuelta en el DF (pero ahora estoy yendo allá cada tres meses), tengo cita con mi sobrina Alejandra, para cenar en La Ostra. Antes, me doy una vuelta por la librería Rosario Castellanos, del FCE, en Tamaulipas y Benjamín Hill, que no conocía y me hizo recordar La Cultura, de Sao Paulo. Encantada, como una princesa perdida en el Reino de los Libros, doy vueltas por los pasillos de anaqueles, clasificados por editoriales o por autores. Busco el último de Silvia Molina, sobre el que leí comentarios positivos, pero cuyo nombre no recordé, y hojeo otros volúmenes. Me decido por fin por una novelita primeriza de Juan Villoro: ¨Llamadas de Amsterdam¨, tanto por el autor –de ¨Palmeras de la brisa rápida¨ , crónica familiar situada en Yucatán, que me gustó- como por el peso (¡ya llevaba la maleta llena!). Libro en mano, paso al café, bajo el hermoso techo de material claro y opaco, decorado con el diseño un enorme árbol negro. Reina un silencio agradable, o bien un murmullo general rayano en el silencio. Me siento hermanada con todos esos clientes, hombres y mujeres de todas las edades. Hermanada... y al mismo tiempo profundamente alejada de todos ellos, porque yo ya no vivo en el DF.

Y, claro que no me pongo a leer... Me pongo a imaginar qué habría pasado, es decir, qué habría sido de mí: qué habría hecho yo, en quién me habría convertido, si en octubre de 1969, en lugar de aceptar la oferta de trabajo en las Naciones Unidas, como traductora, me hubiera quedado, hubiera ido a buscar empleo en el CELE, etc., etc. No llego a imaginar ninguna respuesta ... y más bien me pongo melancólica.
Así pues, me levanto de la mesa al terminar el capuchino,  y veo acercarse, de paso rumbo al mostrador, a Carmen Boullosa, ex de Aura, ahora fallecido, con un hombre a todas luces extranjero, de aspecto tímido, pelo cano, con anteojos, y que inmediatamente entiendo que se trata del historiador norteamericano con el que se casó, y con quien vive en Brooklyn, NY. Vacilé sólo un segundo. Debe haber pasado por mi mente, como un relámpago, lo que hace poco recordaba de mi primer encuentro con ella….  Y lo que hace igualmente poco leía en el blog de ella misma, sobre un Café Nueva York, en el que se reunían escritores en español que vivían allá. Vacilo un poco más de un segundo. Ya los estoy viendo de espaldas, pidiendo su orden en el mostrador. Me decido, avanzo… Con la punta de los dedos, toco la manga de su abrigo negro.
-Hola, soy Irene Prieto…
Su expresión, entre azorada y amable. No me voy a remontar a aquella comida en la linda casa de … ¿Polanco?, donde me había recibido tan afablemente. Tengo que ir al grano. En cualquier momento puede darme la espalda, con cualquier excusa o sin ella, hacer seña a su marido, quien apenas se percata de mi interrupción.
-Leí sobre el Café Nueva York… ¿dónde queda?
Aquí ya esbozó media sonrisa.
-No queda en ninguna parte, ya no existe. Enseguida explicó: éramos un grupo de amigos que nos reuníamos en mi casa para hablar de nuestros escritos, pero se disolvió, ya no existe.
-Ah. Gracias.
No quiero robarle ni un minuto más de su precioso tiempo.
Nos apartamos, en sentido contrario. Ellos a buscar una mesa, yo a la caja para pagar por el libro de Villoro. Al sentarse con su marido, y mirarme de lejos, ¿me recordaría?
Y yo, ¿con qué cara podría decirle que no he leído, de cabo a rabo, ninguno de sus libros? Que, ya desde el título, siempre me han desorientado, amoscado, ¿asustado? No entenderlos, ¿qué significará?

De regreso en Nueva York, tres semanas más tarde para ser exactos, recibo una invitación electrónica de la Society of the Americas para, el jueves 29 de noviembre, un homenaje póstumo a Carlos Fuentes, en el que participará, entre otros, según la invitación, Carmen Boullosa.
Decido aceptar, y pagar los 10 dólares. Ahí estaré, aunque no precisamente, se entiende, para volver a dirigirle la palabra como niña tonta y tímida –mi alter ego para todo lo que tiene que ver con una posible identidad como escritora profesional. 
...
Y, ahí estuve, en la mansión de Park Avenue y la 68 que ocupa la Americas Society, subiendo por su palaciega escalinata curva de madera hasta el gran salón de conferencias, bajo un techo decorado y pintado a la francesa, con deslumbrante candil. Sala llena, principalmente de hispanohablantes, para escuchar, primero, la presentación de Daniel Shapiro, encargado de Literatura y de la revista Review de la Americas Society, y enseguida a los miembros del panel: dos venezolanos y dos mexicanos.  

Ahí estuve, probablemente en 1993 o 94, pero no como parte del público, sino en frente de él, en el estrado, detrás del micrófono para leer una selección de mis poemas con motivo de la entrega de premios convocada por el Instituto de Escritores Latinoamericanos. Del mismo me había enterado, a través de la Biblioteca* por José Kozer, quien me presentó a Isaac Goldemberg, quien dirigía la revista Brújula/Compass, en la que se convocó al concurso.... Entretanto, en NYU mientras tomaba los cursos del doctorado en Literatura Hispanoamericana, y por mi amiga Ma. Elena Blanco, conocí y luego tomé cursos con él, al brillante Roberto Echavarren, miembro del jurado de dicho premio.
Azorada, nerviosa, como de costumbre, con la voz ahogada en la garganta, leí, pero una selección minima, como si tuviera miedo de que me fueran a abuchear, de que los fuera a aburrir. Como si apenas tuviera derecho a estar ahí. Al terminar el tercer poemita, y recoger mis hojas con gesto de ´ya terminé, David Unger, en medio de los aplausos, me susurró: ¨Me supo a poco¨.
Ahí había estado, pues, y presentada también por este Danny Shapiro, bastantes años más joven.
En mi ausentcia, en 1995, se leyó tal vez un fragmento de uno de mis tres cuentos publicados en la antología ¨Hechos en Nueva York¨, del mismo Instituto, el primero de aquellos premiado también.
Tiempos de creatividad aquellos, y sobre todo, de contacto intenso con otros escritores latinoamericanos.

Pero, volvamos a esta noche.
No conozco a ninguno de los miembros del panel. Es decir, de oídas, a Jorge Volpi, una de las revelaciones de las letras mexicanas, contemporáneo, si no me equivoco, de Juan Villoro. El otro es Juan Angel Palau. No he leído a ninguno. Ni al venezolano, Antonio López Ortega.
Los tres hablan muy bien. Ortega hace frecuentes alusiones a su país, su literatura y su situación política. Los mexicanos se concentran más en el homenajeado, Carlos Fuentes (1928-2012).
Contemporáneo de mi mamá, y, ahora me lo recuerdan, vecino suyo, pues vivía en San Jerónimo, que es donde mi mamá reside, en una casa para señoras mayores, la Residencia San José, desde el 2009. ¨Muríó la primavera pasada¨... ¡Es cierto! Yo estaba en México, en el DF, en San Jerónimo, cuando Fuentes** falleció. En uno de los atorones clásicos de esa zona, un lunes, si no me equivoco, el chofer del taxi en el que iba me explicó que Fuentes había fallecido, que habían venido a sacar el féretro y los familiares más cercanos en helicóptero para trasladarlos a Bellas Artes. Eso fue en mayo.
De los dos mexicanos (de una generación intermedia entre la de Fuentes y la mía), el que mejor me impresiona -aunque evidentemente los dos son igualmente inteligentes, elocuentes- es el poblano Palau. Solidez, que al mismo tiempo se adivina modesta: voz, claridad de dicción y sobre todo de pensamiento. Lee dos textos: uno en el que rememora sus encuentros con Fuentes, desde la primera vez que leyó Los días enmascarados, y Cantar de ciegos.

Al terminar la ceremonia, muy aplaudida, cuando todos se levantan y yo estoy por dirigirme a la salida (la recepción es sólo para los miembros de la Society), decido en un impulso acercarme a Shapiro y preguntarle por la Boullosa. Tartamudea un poco, disculpándose -¿será como yo, de tímido? Le digo que no se preocupe, que me gustó mucho la participación de los demás, y, en otro impulso loco, me presento a medias: ¨Yo estuve aquí, hace años...¨ -Ah, sí, su cara me parece conocida. ¨Para leer poesía¨. Expresión de admiración, afable: -¡Ah! Y, ¿sigue escribiendo?
Murmullo inaudible entre las voces que nos rodean. Me despido. Me entrega su tarjeta.

Como decía Kurt Vonnegut: And so it goes.
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*El propio Fuentes se presentó en la Biblioteca Dag Hammarskjold de las Naciones Unidas, invitado por la Biblioteca de Obras en Español, de la que yo era a la sazón secretaria, y Mecha Muller presidenta. Me tocó, después de haber redactado la carta de invitación -le era necesaria para que le concedieran la visa, en aquella época en que se la negaban (¿seguirá siendo así?) a los intelectuales de izquierda que hubieran manfestado su simpatía hacia la Cuba de Castro-, presentarlo antes de que tomara la palabra para hablar, ¿cómo no? de Cervantes y la novela.
**En el blog que llevaba Aura antes de morir, mencionó una vez que, intrigado desde siempre por ver su nombre como título de una de las más aplaudidas novelas del escritor mayor, por broma, más o menos, decidió titular ¨Fuentes¨ un librito de poemas suyo. Dice que no sabe si eso le hizo gracia a CF.
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Valga para concluir la ¨crónica¨ esta cita larga de André Gide, que recogí durante la relectura, en 1999, de Si le grain ne meurt (1920)
P. 282
¨Jái toujours manqué a un degré incroyable de ce sens, qui est a la base de bien d´audaces, l´intuition de mon crédit dans l´esprit d´autrui, je vise au-dessous de ma cote, et non seulement je ne sais rien exiger, mais le moins que l´on m´accorde je m´en sens honoré et déguise mal ma surprise; c´est une faiblesse dont, a l´age de 50 ans, je commence a peine a me guérir¨. 
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Y, aprovecho para copiar otras dos, de ese mismo cuaderno mío:
De Joseph Brodsky: ¨Fate is geography mixed with time¨.
De Faulkner: ¨The only thing worth writing about comes from the human heart in conflict with itself.¨
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Saturday, October 20, 2012

Cine

BARAN, de Majid Majidi

-La aparición (o La conversión de Latif)
Subtítulos que podrían resultar apropiados para esta extraordinaria película del director iraní...

Aparición, en el sentido que los católicos le dan a la palabra, refiriéndose a la de la Virgen, ante la mirada de un alma inocente y por lo tanto digna de tal milagro.
Latif es un adolescente kurdo, bromista y pendenciero que hace el trabajo fácil en una obra de construcción en Teherán, donde la mayoría de los obreros son refugiados afganos indocumentados.

La aparición es la de una hermosa niña, de trece o quince años, detrás de una cortina de tela floreada, que despierta en este muchacho bueno pero rudo, que poco antes había tratado a un nuevo obrero, más pequeño que él, con brutalidad y ánimo de venganza, un sentimiento profundo y hasta ese momento desconocido, de piedad mezclado con deslumbramiento.

Baran, la niña, tiene que trabajar para sostener a su familia; realizar las más duras faenas, aun a riesgo de su vida, sin proferir queja ni pedir ayuda.
Latif la sigue, la espía, impotente, en ese mundo musulmán de separación radical entre hombres y mujeres que no están emparentados y no han sido presentados.

Latif se convierte al amor de Baran, a su adoración muda, en que la mirada lo dice todo.
-Barano soy- podría decir, como el Calisto enamorado de Melibea.
Pero, sin ser divinidad ni princesa, Baran es inalcanzable.

La inevitabilidad de la separación –sin que nunca haya habido unión, más que espiritual- es desgarradora, y al mismo tiempo absolutamente verosímil .

Majid Majidi enfrenta las escenas de la terrible vida de los albañiles afganos ilegales, en una Teherán desoladora, gris, inhabitable: el gran cubo pardo del edificio, rodeado de las imponentes y áridas montañas, y las de la terrible vida de las mujeres e hijas de esos obreros en las afueras de la ciudad, igualmente inhóspitas.
Si el cementerio es gris y rechazante, las aguas turbulentas y lodosas del río de donde las mujeres tienen que extraer piedras (¿para hacer el cemento?) son un peligro mortal para la que pierde pie.

Otra obra memorable entre las de este director magistral. En “Los colores del paraíso”, “El globo blanco”, “El espejo” aparecen también otros niños y jóvenes, en calidad de inocentes protagonistas milagrosos.
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Bab Aziz

Paris, de nuevo

PARIS, septiembre de 2012 Eugenia e Irene, para visitar a Martha 1. Salida Con algunos contratiempos. Habíamos salido de la casa poco antes de las 5pm para el vuelo de las 21 hrs. de AA, desde JFK, con los pases otorgados por Ale, mi sobrina. Por iniciativa mía, tomamos el metro en la 96 (con elevador) a Penn Station, que encontramos atestada. Es la hora punta. De ahí, el tren a la estación de Jamaica, en Queens, para tomar la conexión con el tren aéreo. Gasto total: 11.75 dls. Salvo el susto por sentirnos rodeados de una multitud apresurada en la Penn Sta., todo bien. Registramos las maletas, recibimos nuestro pase de abordar temporal, sin asiento. Tiempo para tomar un bocado, antes de colocarnos muy discretamente ante el mostrador de AA en la puerta correspondiente. En su momento, llaman nuestros nombres y nos cambian el pase por uno con asiento designado. Suspiro doble de alivio. Se acerca la hora de abordaje. Pero no hay indicios de actividad. Para no hacer el cuento largo: tras hacernos cambiar de puerta, y dar vagas explicaciones sobre el retraso, nos tuvieron, con el resto de los pasajeros esperando siete horas, hasta las 2 de la mañana del día siguiente, cuando se nos informó que el vuelo quedaba cancelado y debíamos hacer otra cola para recibir los vales de hotel… (Más tarde, Brian nos explicó el porqué de la cancelación: estuvo leyendo en el periódico que, en medio de la bancarrota de AA, los pilotos han estado declrando mini huelgas para lograr reivindicaciones). Del hotel en Jamaica, NY, al que nos llevaron en camioneta, y tras esperar a recibir la llave, tuvimos que llamar a la oficina de reservaciones para obtener los datos de nuestro vuelo, el martes a mediodía …, via Miami. En resumen: llegamos a París, no el martes a las 10 y pico de la mañana, sino el miércoles a media tarde. A pedido mío, Brian se había comunicado con Martha para darle la información pertinente. Ella, pobrecilla, nos esperaba impaciente a la puerta de su edificio. Este, en el que me he alojado otras veces, tiene un elevador que fue colocado en el hueco de la escalera años después de la construcción original, con un cupo máximo de tres personas (de no más de 60kilos, añado yo), paradas de lado. Si una de ellas trae una maleta, otra tiene que salir y subir las escaleras. En el de Angela, en cambio, dos puertas más adelante en la misma acera, no hay elevador. Para llegar a su departamento en el segundo piso se sube por escaleras curvas de madera. Los edificios viejos de París tienen un olor peculiar, como el metro, que encontré menos intenso esta vez. Angela es la conserje portuguesa que limpia semanalmente, desde hace varios años, los departamentos de Martha y Aurora Bernárdez, y que, ángel salvador, puso a nuestra disposición el suyo. Lo compraron ella y su marido en previsión de su jubilación, dentro de unos seis años, calcula Martha. Es pequeño, de una recámara, baño, cocinita, pero con dos lindas ventanas, en sala y recámara, que dan a un patio interior, ajardinado. Para entrar en los edificios , los inquilinos utilizan ahora una ¨llave¨ electrónica que pasan frente al tablero de metal con los números. Hay un código que pueden dar a su gente de confianza. El de Martha, que yo me sabía, ha sido cambiado, y por falta de necesidad, ella no lo recuerda. Por su parte, Eugenia, encargada de la llave, anota y se aprende el código del edificio que nos interesa. Después de comer/cenar en L´Angle, el simpático pero ruidoso café en la Place Géneral Beuret, del que Martha es parroquiana, nos vamos a la cama, previa cita en el mismo café, al día siguiente, para tomar uno antes de partir rumbo al Louvre, en el #39 que pasa a dos cuadras de la rue Robert Fleury. … 2. En el Louvre Llevaba en la bolsa, para terminar de leer en el avión, el artículo del New York Times sobre las nuevas galerías de arte islámico en el Louvre. Se hablaba, entre otras cosas, de la cúpula dorada, como ¨velo¨ ó ¨carpeta voladora¨. Así la percibimos, a nivel de los ojos, y parcialmente, desde el interior del museo. Pero ni velo ni alfombra fue lo que vimos al entrar en la galería y mirar hacia lo alto: el techo, de un blanco resplandeciente, era el de una tienda. ¡Brillante hallazgo el de los arquitectos! Claro, era en el interior de una tienda persa o árabe donde nos encontrábamos, rodeados de obras de arte, escuchando una voz que recitaba poesía árabe en el original y en traducción al francés, y asomándonos a ver, desde un balconcillo, el piso allá abajo: mosaicos romanos y tapetes de lana y seda antiguos, fabricados en diversos países musulmanes. Interrumpimos la visita para ir al baño (cola) y tomar el tentempié de Eugenia: un rico sanduich de pollo y verduras compartido entre las tres. Y más adelante, cuando hemos terminado la visita, salimos a comer en la terraza del Nemours, en la Place de la Comédie Francaise. Este día fue de sol, y lo disfrutamos mientras comíamos nuestras ensaladas. Regresamos al Museo y recorremos las salas de arte copto, muy interesantes, aunque ya todo desmerece un poco después de las galerías vistas en la primera parte de la visita. Cansadas, convenimos en salir. Pero antes, pido que me dejen echarle un vistazo a la Victoria alada, un poco por ella misma, otro poco por reubicarme en el Louvre al que entré por primera vez hace 45 años. 3. Otro día, habiéndonos bajado del mismo autobús frente al Hotel de Ville, que dejó impresionada a Eugenia, tomamos la Rue de Rivoli, y nos topamos a la vuelta con el Museo del Hotel de Ville, en el que se presentan exposiciones gratuitas, y en esos momentos se anunciaba, con un gran cartel y la foto de Audrey Hepburn con mascada en la cabeza y anteojos oscuros: ¨Paris visto por Hollywood¨. Entramos. Impresiona el contraste entre la construcción oscura y pesada, y el carácter más bien festivo y algo trivial de la exhibición. Después seguimos la caminata hacia el Marais, con parada en un café para el tentempié mañanero. Martha se disgustó porque el mesero insistía en que su ¨noisette¨ iba servido con leche fría, no caliente… Era un lugar para turistas. Llegadas a la Place des Vosges, miramos vitrinas y entramos a más de una galería. Al llegar a una de las esquinas de la plaza, descubrimos el encantador Hotel Sully, pero no vamos más allá de su entrada elegante, ajardinada, sobre la que seguía cayendo la lluvia.   4. La Gare de Lyon Ante un cartel que anuncia la exhibición a la que me he referido, y en el que figura un hermoso león de bronce de la España musulmana, le tomo una foto a Eugenia, después de haber cenado las tres en Le Train Bleu. Las expresiones de admiración se multiplicaban ante el espectáculo de oros, figuras sonrosadas, rosas de yeso y candiles resplandecientes características de la decoración Belle Epoque de este restaurante afamado por eso, y no tanto por su comida. La Gare de Lyon, en la que se encuentra, es una de las seis principales estaciones ferroviarias de París, y fue construida para la Exposición Universal de 1900. No digo que hayamos cenado mal: Martha y yo el menú de… euros: sopa fría de espárragos verdes con espuma de parmesano, dorado con guarnición; botellita de vino una, suficiente para dos copas y media, y botella de agua mineral, Perrier naturalmente… Eugenia optó por el confit de canard al que se ha aficionado tanto al cabo de una semana… Y dos postres de pera compartidos: una tarta caliente con helado de pistache, y una Belle Hélene con helado de vainilla. Lo que pasa es que no fue notablemente superior a lo que habíamos estado cenando en Au Roi du café, en la rue Lecourbe, a una cuadra y media de nuestros respectivos alojamientos, por una fracción del precio. Pero yo quería darme el gusto de volver a ese lugar, y compartirlo con mis queridas compañeras de aventura. (Una aventura fue encontrarlo, después de salir del metro y mirar en todas direcciones esperando una indicación, pero ni siquiera el directorio, donde lo ubicaban en el nivel O, nos ayudó, hasta que ya, medio desesperadas, pues daban las 7.30pm de nuestra reservación, subiendo una escalera eléctrica más, lo encontramos, frente a los andenes…) … Acerca de los números en francés, Eugenia comenta: ah, es como los romanos. Tardo en entender la comparación, que es pertinente. Para leer éstos, ademas de que primero hay que traducir las letras a dígitos y después, sumar éstos para llegar a la cifra. Es cierto que no decimos en voz alta L más X o menos X, pero mentalmente hacemos traslación y suma. En francés, los números arábigos son claros: el problema está en leerlos en voz alta. 80 es quatre vingt, es decir, cuatro veintes; 95: quatre vingt quinze, cuatro veintes (y) quince. Y así, del setenta al noventa.   5. Opera Garnier El arquitecto tenía poco más de treinta años cuando la diseñó, en la segunda mitad del siglo XIX. Es monumental, y tiene de pesada lo que la Bastille de ligera. Tomamos la visita no guiada; no sé si los 9 euros, comparados con los 11 que pagamos en el Louvre, se justifiquen. Cuando salimos, al sol brillante y caluroso, caminamos por la Rue de la Paix hacia la Plaza Vendome y su columna. A mí se me había metido que se trataba de la Columna de Trajano, en la que se describen sus victorias… Pero, ¿cómo podía explicar que se encontrara en París? ¿La había traído Napoleón como despojo…? Al llegar al pie de la misma, y un guía al que le hice la pregunta, me sacó de mi craso error. Eso no quita que, sin duda, la Vendome, construida con los mil doscientos cañones de bronce capturados en Austerlitz, sea una copia de la romana del siglo IV (I: uno, menos V: cinco= cuatro). Entre la Plaza Vendome y las Tullerias, toda una calle, la St Honoré, llena de hoteles, restaurantes y tiendas de super lujo. Vimos en la vitrina de una, suéteres de cachemira de diseño original, con un precio de 3,000 euros. (¿Qué tiene de extraño, me pregunto una semana después, viendo en el NYTimes un anuncio de un par de zapatos Chanel por 1,500 dólares…?. Entramos a las Tullerías, y compartimos la dominguera tarde de sol con centenas de franceses y turistas. Estos se detienen frente a nosotras, sentadas, para tomar fotos de la escultura a nuestras espaldas, una entre muchas. Desde mi silla reconozco a la distancia la de Teseo y el Minotauro. … 6. Otro día vamos a la Cité de la Musique, en la Porte Pantin: un extraordinario museo de instrumentos musicales y la historia de la música occidental desde el siglo XVII. Con un piso adicional dedicado a ¨las músicas del mundo¨, en el que se exhibe una hermosísima marimba veracruzana… … 7. El sábado lo dedicamos a visitar la Catedral-Basílica de St. Denis, la necrópolis de los reyes de Francia. Llegamos ahí en metro, en una línea relativamente reciente, la 14. Entre los muchos monumentos de yacentes, impresiona el de los "transis": Enrique IV y Catalina de Médicis. El murió treinta años antes que ella, y a ella correspondió la tarea de encargar el monumento para ambos. Se dice que al ver su propia figura en mármol, no como una durmiente, sino en rigor mortis, se desmayó y mandó que se rehiciera. Afortunadamente, el tal monumento está en lo alto y bajo un toldo también de mármol, de modo que es difícil distinguir el torso desnudo y descarnado del Rey. Se ven asimismo los monumentos de Luis XVI y María Antonieta, realizados años después de su ejecución, y presentados como dos nobles figuras devotas. Afuera, en el atrio, hay feria sabatina, y unos acróbatas hispanohablantes montan un móvil humano muy interesante. Lloviznaba* también ese día, dimos una vuelta por los puestos de comida al aire libre y nos decidimos por un cafecito cerca de la estación del metro (la línea 14 es relativamente nueva), donde pedimos té y una tarta de almendra (gateau basque), para variar, hecha en el lugar y deliciosa. 8. En Tours Por lo que anoto, pareciera que nos hubiera llovido todos los días, pero no fue así: tal vez unos cuatro de los doce que pasamos allá, incluidos los tres luminosos y tibios que nos tocaron en Tours. A ésta llegamos en tren, con pasajes comprados con anticipación. El hotel era céntrico, llegamos caminando desde la estación, y más tardamos en registrarnos y dejar las maletas, que en salir en busca de un restaurante… Por ser domingo, y ya pasadas las 14hrs, la selección era limitada, pero tuvimos la suerte de encontrar uno abierto, con terraza, en la linda glorieta frente al muy decorado Hotel de Ville. Y quedamos muy satisfechas con la comida. Para el lunes ya tenemos reservada la excursión de todo el día, desde la Oficina de Turismo : en camioneta para ocho pasajeros, nos llevan a Clos Lucé, que Francisco I otorgó a Leonardo da Vinci para que viviera y trabajara (sobre todo en sus proyectos de ingeniería) sus últimos años, y Amboise, donde comemos; Chambord y Chenonceau. El chofer se encargar de sacar nuestras entradas con descuento. El martes, también bajo un cielo despejado, veremos Azay-le-Rideau , Villandry y sus jardines, antes de la comida, y Ussé, en el que se inspiró Perrault para ¨La Bella Durmiente¨ (en francés: La Belle au Bois Dormant), y Langeais, donde se efectuaron las nupcias casi secretas entre Carlos VIII y Ana de Bretaña, de catorce años, la inocente. … El mediodía que nos queda en Tours lo dedicamos a hacer algunas compras en las Galerías Lafayette. La ¨novedad¨ en los negocios de artículos de cocina y comedor: una tacitas de cerámica que imitan un vaso de papel deformado por la mano que lo ha oprimido. Blancas y de colores, incluso con la bandera de los EU… En una pequeña galería recientemente abierta al lado del departamento de Martha, las vendían, a 7.80 euros la pieza, pero sólo en juegos de seis. … 9. Creo que a los múltiples encantos de París: su arquitectura armoniosa, sus parques y jardines, sus vistas –desde cualquiera de sus puentes, desde cualquiera de sus plazas-, sus anchas avenidas, sus museos, sus monumentos, sus restaurantes, sus mercados de comestibles (panaderías, pastelerías, queserías), se añaden los propios parisinos, tan fascinados con su ciudad como cualquier recién llegado… Ellos siguen pasando por la calle con su baguette bajo el brazo, de la que, infaltablemente, arrancan un mordisco; haciendo sus compras de comestibles como si estuvieran en una boutique o joyería: ¡con qué deleite contemplan, eligen, compran sus panes y pasteles, su fruta!; entrando en pequeñas librerías donde se ofrecen ediciones, que sin ser baratas son encantadoras, como, entre muchas otras, estas del Mercure de France: Le petit mercure, minilibros de bolsillo, en una serie titulada ¨Le gout de… (des chats, des haiku, etc.)¨ . Las parisinas siguen siendo esbeltas y bien vestidas. Se entiende por qué: las porciones de su confit de canard, poulet provencal, etc., son moderadas, acompañadas de verduras cocidas al vapor, bien sazonadas. Y, quién sabe si, como nosotras tres, tiendan a compartir el postre… …  

Saturday, February 25, 2012

Apuntes sobre un huracan

LLOVIO SOBRE MOJADO
2011

Agosto fue un mes particularmente lluvioso en la costa del Atlántico.
Tres de los cuatro fines de semana que Brian y yo, a veces con Alan y
Emily, pasamos fuera de la ciudad, en la montaña, nos llovió.
De modo que Irene, la tormenta tropical o huracán que llegó a visitar
dicha costa el último fin de semana del mes, encontró el l terreno ya
muy húmedo y elevado el nivel del agua en ríos y estanques de la
zona.

Cuando cancelé mi visita a mi amiga Pat en Willmington, Delaware (una
ciudad pequeña de un estado pequeñito, a dos horas y cuarto de NY en
autobús), menos por las advertencias sobre el huracán que por la
preocupación que advertí en ella cuando me llamó para preguntar si no
había cambiado de planes, nunca imaginé que, al decidir acompañar a
Brian en su viaje a los Catskills, donde nuestra amiga Catherine nos
había invitado, nuestro fin de semana sería doblemente excepcional.

Viajamos el viernes, encantados de la vida por el buen tiempo, y
llegamos a tiempo para ver los últimos preparativos de la cena que
nuestros amigos llevarían a la casa de otro matrimonio de
sicoterapeutas colegas de Catherine: costillas al horno, con arroz y
una mezcla de nabos y manzanas salteados y que, con lo que Amy
preparó (gazpacho de sandía y ensalada y pay de durazno), resultaría
pantagruélica y deliciosa.

Al regreso, cerca de la medianoche, todavía pudimos contemplar
extasiados un cielo negro , casi transparente, cuajado de estrellas y
planetas.
El sábado fue igualmente agradable: cielo despejado, y calor. Después
del desayuno pasamos al basurero municipal a tirar nuestros desechos,
y de ahí al mercado local, para comprar lechuga de hoja roja, elotes
tiernísimos, jitomates, la col alemana que descubrimos hace poco Brian
y yo…
Hacia las 7pm, como estaba previsto, el cielo terminó de cubrirse
completamente y empezó la lluvia, suave al principio, pero constante.
Cenamos, vimos una película (…). Cuando nos preparábamos para ir a
dormir, registramos que la lluvia seguía, con ráfagas intermitentes de
viento.
Todo el domingo siguió igual: lluvia incesante, ráfagas de viento de
vez en cuando. Nosotros, protegidos entre cuatro paredes con muchas
ventanas desde las cuales podíamos contemplar el paisaje: acá el
sendero por el que se llega a la casa, con los dos coches estacionados
a un lado del garaje. Allá, el estanque artificial, en el que caía a
borbotones el agua que bajaba de la montaña: en otro extremo, su
salida, igualmente ruidosa, hacia un canal por el que llega,
ultimadamente, al depósito de agua del condado. Del otro lado,
pasando los abetos, el macizo de hortensias silvestres, los helechos,
por detrás de la casa, el sendero que sube, y por el otro lado,
visible desde las ventanas de la sala y el comedor, el jardincito de
Catherine y Phil, con los nuevos geranios…

Alan llamó a la hora de la cena, y platicamos: todo estaba bien allá.
El regente de NY mandó cerrar todo el transporte público desde el
sábado en la tarde, para evitar accidentes. Como también los
aeropuertos habían cerrado, la ciudad debía ser un remanso de paz (con
visos de algo siniestro, como ocurrió el 11 de septiembre de hace diez
años, y en los días siguientes). Recibí e-mail de Ian: estaba en París
y volaría a NY hoy, lunes cuando ya se habían reabierto los
aeropuertos.

Comimos, platicamos, dormimos, vimos películas cómicas en videos que
Brian compró en una tienda de segunda mano (Sid Ceasar, Woody Allen),
preparamos la cena (Catherine y yo: un pan de calabacita; ella, salsa
de carne para el espagueti, ensalada. Phil abrió una botella de
espumante. Nos sentamos a cenar. Después, con el trozo de pan, helado
y crema, pasamos a la sala a ver la primera parte de una vieja serie
de la BBC con Michael Gambon: ¨The singing detective´, de Danny
Potter. Algo tétrica, con este detective que sufre de psoriasis
nerviosa…
Estábamos tratando de distraernos de las noticias alarmantes que desde
mediodía había encontrado Phil en Internet: Fleischmanns, la pequeña
población por la que entramos desde la carretera 28 para subir a la
casa, y Margaretville, la villa algo más grande a orillas del río
Delaware, ambas situadas en el valle al pie de los montes Catskills,
habían amanecido inundadas. En la pantalla vimos con azoro la calle
principal que tan bien conocemos, con sus pequeños negocios, inundada,
como inundado el estacionamiento delante del supermercado recién
renovado, y de la farmacia…
Estado de alerta, caminos cerrados. Una mujer muerta en un hotel que
fue golpeado por las aguas. En Fleischmanns, además de la población
estable, anglosajona, de varias generaciones, conviven en verano las
familias de judíos ortodoxos (Hasidim) que alquilan hoteles y centros
de reunión, y de mexicanos (de Guerrero, de Oaxaca) establecidos en
los últimos veinte años, y que han empezado a prosperar con sus
tiendas de abarrotes y restaurantes. En ¨Mi Lupita¨ el sábado, antes
de subir a la casa, habíamos comprado unos tamales de pollo y salsa
verde, no queriendo esperar los quince minutos que les llevaría
prepararnos las deliciosas quesadillas de flor de calabaza que
habíamos comido ahí, dos semanas atrás, Brian, Catherine y yo.

El pronóstico para el lunes, y el resto de la semana, soleado,
caluroso... No dejamos de tener ni agua ni electricidad.
En la ciudad de NY, al final, el impacto fue mínimo. No así en Long
Island, donde se supone que mi prima Barbara nos espera en su casa el
próximo sábado.—A decir, verdad, e independientemente de que ella
misma quiera cancelar, entre que es probable que Brian tenga que ir a
Deposit con Nico y Pete, a ver en qué estado quedó el terreno y la
cabaña, no tengo ganas de salir otra vez. Extraño a mi gatita!

El lunes, en efecto, entró por las ventanas de nuestra recámara,
azul y oro. La emoción de contemplar la paz reinante: los
árboles, el prado, el estanque con su ingreso de agua mucho menos
turbulento, chocaba con el sentimiento de pena por lo que había
ocurrido y estaba ocurriendo en los poblados del valle. Aquí, los
dueños privilegiados de casas de campo, con sus alacenas ,
refrigerador y cava rebosantes. Allá, los que vacacionaban por poco
dinero, con hijos y padres, y los dueños de pequeños negocios… Todos
sufriendo ahora.
Nos enteramos de que habían llegado helicópteros a ayudar en las
operaciones de rescate… y casi al mismo tiempo, que nos sería
imposible, a Brian y a mí, regresar hoy a la ciudad. Todos los
caminos en el condado de Delaware, donde nos encontramos, están
cerrados a vehículos que no sean esenciales…
Salimos a caminar por aquí cerca: dos árboles caídos, unas ramas rotas, no más.
Acercarnos al pueblo, no podemos en coche, por la prohibión, y a pie
sería pesado: siete millas en bajada, posible, pero el regreso, en
subida? De modo que, como si estuviéramos en una isla encantadora...

Yo, habiendo hablado ya con mis hijos y dos de mis amigasn, estoy
moderadamente tranquila. Estamos en buena casa, en buena compañía,
donde, antes de tres o cuatro días, no nos faltará nada.
Pero a Brian la inactividad, y sobre todo la imposibilidad de moverse,
lo pone tétrico. Yo aparte de mi netbook, me traje mi Kindle, mi
libreta, y unos pasteles al óleo, aunque no papel suficiente (siempre
puedo utilizar el de las bolsas de estraza…).

Por acá, me cuenta Catherine, se sintió mucho el impacto de Floyd,
hace diez años, y apenas en enero hubo inundaciones después de meses
de lluvia y nieve acumulada en la montaña.
Debería añadir aquí que esta parte del Estado de Nueva York no es
próspera, lleva incluso años de depresión económica, carece de los
recursos que han permitido a la ciudad misma salir bien librada…

Ahora (lunes, 6pm) sigue el sol brillante en un cielo donde son
visibles alguna nubes blancas, pero la temperatura ha bajado; se
siente más como en septiembre, después del fin de semana de Labor Day.
Por último: también esta mañana nos enteramos de que ´Irene´ había
subido hasta el estado de Vermont, causando estragos. Y naturalmente,
estamos sin acceso al NYTimes de papel (sin el cual Brian no puede
vivir).

Para terminar, básicamente estamos varados, y no sabemos todavía a
ciencia cierta cuándo podremos regresar a casa. Lo cual no deja de
ser, para mí, una experiencia completamente nueva.



Regresamos a la ciudad el martes, sanos y salvos.