Thursday, November 29, 2012

Encuentros y desencuentros

Qué año sería… Me lo estaba preguntando, cuando, como suele o no, suceder, encuentro entre mi papelerío, el programa correspondiente a esa visita. Agosto 93.  Mi padre me llevó a conocer la recién inaugurada Casa del Poeta, con su Museo Ramón López Velarde y Biblioteca Salvador Novo-Efráin Huerta, en la Avenida Alvaro Obregón. Elsa Cross, ya para entonces poeta de renombre era entonces la directora. Me saludó cariñosamente. Nos habíamos conocido en el Taller Literario de Juan José Arreola, en Avenida Juárez, allá por 1963… En los números 4 y 7 (agosto de 1964 y junio de 1965) de la revista Mester se publicaron mis primeros sonetos: Recinto y Ofrenda. Arreola me comparó con Concha Urquiza, a quien yo no había leído. Mi referencia inmediata, mi aliciente, fueron los de Carlos Pellicer. Luego formé brevemente parte del grupo que reunían en su casa ella y su marido, Alejandro Aura, también poeta.

Después de la muy interesante visita a la Casa (el Museo era algo mágico, algo que reflejaba muy bien la personalidad poética del gran López Velarde), Elsa me invitó a acudir, esa u otra tarde, en todo caso el 18, a la Cafetería Bar Las Hormigas (tengo aquí delante la referencia) de la misma Casa, donde leerían, con el tema de La vida cotidiana¨*,  Oscar Oliva y Alejandro. Invité a mi mamá. Saludé a Alejandro, quien me pidió que lo llamara, para concertar una cita. Cuando lo hice, me invitó a comer con él y su segunda mujer, Carmen Boullosa, en su casa.
*Tema a cuya sombra bien podían colocarse mis poemas de una época, los publicados con ayuda de Jaime Giordano en Los Poemas de Irene, 1990, y que de hecho, poco después, y esta vez con la asistencia invaluable y generosidad de toda la vida de mi hermana Susi, presentarían en el Museo Carrillo Gil, Guillermo Samperio y la misma Elsa Cross.

Durante la comida,  antes o después de hacer un comentario sobre el hecho de que me hubiera ¨ido¨ o ¨escapado¨ del pais…, Aura me regaló uno de sus libros. Enseguida, él y Carmen me propusieron presentarme a Vicente Quirarte, poeta y director de una revista literaria. Era la oportunidad para una buena reconexión con el mundo mexicano de las letras. Me invitaban a cenar ese mismo sábado.
Sin embargo, Irene la perdió, una vez más. -Ay, no puedo. Mi mamá ya me tiene organizada una cena familiar de despedida… No sólo eso, sino que a la hora de despedirme de ellos –el chofer de A me llevaría hasta la puerta de Teocelo; mi hermana ya me había comentado: ¨Tiene mucho poder¨¨-, dejé olvidado el ejemplar que me acababa de regalar… Poemas o cuentos para leer en el avión, o algo así. Me dieron el contacto con Quirarte, pero nunca pude hablar con él. Y creo que ni siquiera se me dio oportunidad de enviarle mi material: o estaban cargados de trabajo en la revista, o no tenían presupuesto…

Casi veinte años después, en noviembre de 2012, de vuelta en el DF (pero ahora estoy yendo allá cada tres meses), tengo cita con mi sobrina Alejandra, para cenar en La Ostra. Antes, me doy una vuelta por la librería Rosario Castellanos, del FCE, en Tamaulipas y Benjamín Hill, que no conocía y me hizo recordar La Cultura, de Sao Paulo. Encantada, como una princesa perdida en el Reino de los Libros, doy vueltas por los pasillos de anaqueles, clasificados por editoriales o por autores. Busco el último de Silvia Molina, sobre el que leí comentarios positivos, pero cuyo nombre no recordé, y hojeo otros volúmenes. Me decido por fin por una novelita primeriza de Juan Villoro: ¨Llamadas de Amsterdam¨, tanto por el autor –de ¨Palmeras de la brisa rápida¨ , crónica familiar situada en Yucatán, que me gustó- como por el peso (¡ya llevaba la maleta llena!). Libro en mano, paso al café, bajo el hermoso techo de material claro y opaco, decorado con el diseño un enorme árbol negro. Reina un silencio agradable, o bien un murmullo general rayano en el silencio. Me siento hermanada con todos esos clientes, hombres y mujeres de todas las edades. Hermanada... y al mismo tiempo profundamente alejada de todos ellos, porque yo ya no vivo en el DF.

Y, claro que no me pongo a leer... Me pongo a imaginar qué habría pasado, es decir, qué habría sido de mí: qué habría hecho yo, en quién me habría convertido, si en octubre de 1969, en lugar de aceptar la oferta de trabajo en las Naciones Unidas, como traductora, me hubiera quedado, hubiera ido a buscar empleo en el CELE, etc., etc. No llego a imaginar ninguna respuesta ... y más bien me pongo melancólica.
Así pues, me levanto de la mesa al terminar el capuchino,  y veo acercarse, de paso rumbo al mostrador, a Carmen Boullosa, ex de Aura, ahora fallecido, con un hombre a todas luces extranjero, de aspecto tímido, pelo cano, con anteojos, y que inmediatamente entiendo que se trata del historiador norteamericano con el que se casó, y con quien vive en Brooklyn, NY. Vacilé sólo un segundo. Debe haber pasado por mi mente, como un relámpago, lo que hace poco recordaba de mi primer encuentro con ella….  Y lo que hace igualmente poco leía en el blog de ella misma, sobre un Café Nueva York, en el que se reunían escritores en español que vivían allá. Vacilo un poco más de un segundo. Ya los estoy viendo de espaldas, pidiendo su orden en el mostrador. Me decido, avanzo… Con la punta de los dedos, toco la manga de su abrigo negro.
-Hola, soy Irene Prieto…
Su expresión, entre azorada y amable. No me voy a remontar a aquella comida en la linda casa de … ¿Polanco?, donde me había recibido tan afablemente. Tengo que ir al grano. En cualquier momento puede darme la espalda, con cualquier excusa o sin ella, hacer seña a su marido, quien apenas se percata de mi interrupción.
-Leí sobre el Café Nueva York… ¿dónde queda?
Aquí ya esbozó media sonrisa.
-No queda en ninguna parte, ya no existe. Enseguida explicó: éramos un grupo de amigos que nos reuníamos en mi casa para hablar de nuestros escritos, pero se disolvió, ya no existe.
-Ah. Gracias.
No quiero robarle ni un minuto más de su precioso tiempo.
Nos apartamos, en sentido contrario. Ellos a buscar una mesa, yo a la caja para pagar por el libro de Villoro. Al sentarse con su marido, y mirarme de lejos, ¿me recordaría?
Y yo, ¿con qué cara podría decirle que no he leído, de cabo a rabo, ninguno de sus libros? Que, ya desde el título, siempre me han desorientado, amoscado, ¿asustado? No entenderlos, ¿qué significará?

De regreso en Nueva York, tres semanas más tarde para ser exactos, recibo una invitación electrónica de la Society of the Americas para, el jueves 29 de noviembre, un homenaje póstumo a Carlos Fuentes, en el que participará, entre otros, según la invitación, Carmen Boullosa.
Decido aceptar, y pagar los 10 dólares. Ahí estaré, aunque no precisamente, se entiende, para volver a dirigirle la palabra como niña tonta y tímida –mi alter ego para todo lo que tiene que ver con una posible identidad como escritora profesional. 
...
Y, ahí estuve, en la mansión de Park Avenue y la 68 que ocupa la Americas Society, subiendo por su palaciega escalinata curva de madera hasta el gran salón de conferencias, bajo un techo decorado y pintado a la francesa, con deslumbrante candil. Sala llena, principalmente de hispanohablantes, para escuchar, primero, la presentación de Daniel Shapiro, encargado de Literatura y de la revista Review de la Americas Society, y enseguida a los miembros del panel: dos venezolanos y dos mexicanos.  

Ahí estuve, probablemente en 1993 o 94, pero no como parte del público, sino en frente de él, en el estrado, detrás del micrófono para leer una selección de mis poemas con motivo de la entrega de premios convocada por el Instituto de Escritores Latinoamericanos. Del mismo me había enterado, a través de la Biblioteca* por José Kozer, quien me presentó a Isaac Goldemberg, quien dirigía la revista Brújula/Compass, en la que se convocó al concurso.... Entretanto, en NYU mientras tomaba los cursos del doctorado en Literatura Hispanoamericana, y por mi amiga Ma. Elena Blanco, conocí y luego tomé cursos con él, al brillante Roberto Echavarren, miembro del jurado de dicho premio.
Azorada, nerviosa, como de costumbre, con la voz ahogada en la garganta, leí, pero una selección minima, como si tuviera miedo de que me fueran a abuchear, de que los fuera a aburrir. Como si apenas tuviera derecho a estar ahí. Al terminar el tercer poemita, y recoger mis hojas con gesto de ´ya terminé, David Unger, en medio de los aplausos, me susurró: ¨Me supo a poco¨.
Ahí había estado, pues, y presentada también por este Danny Shapiro, bastantes años más joven.
En mi ausentcia, en 1995, se leyó tal vez un fragmento de uno de mis tres cuentos publicados en la antología ¨Hechos en Nueva York¨, del mismo Instituto, el primero de aquellos premiado también.
Tiempos de creatividad aquellos, y sobre todo, de contacto intenso con otros escritores latinoamericanos.

Pero, volvamos a esta noche.
No conozco a ninguno de los miembros del panel. Es decir, de oídas, a Jorge Volpi, una de las revelaciones de las letras mexicanas, contemporáneo, si no me equivoco, de Juan Villoro. El otro es Juan Angel Palau. No he leído a ninguno. Ni al venezolano, Antonio López Ortega.
Los tres hablan muy bien. Ortega hace frecuentes alusiones a su país, su literatura y su situación política. Los mexicanos se concentran más en el homenajeado, Carlos Fuentes (1928-2012).
Contemporáneo de mi mamá, y, ahora me lo recuerdan, vecino suyo, pues vivía en San Jerónimo, que es donde mi mamá reside, en una casa para señoras mayores, la Residencia San José, desde el 2009. ¨Muríó la primavera pasada¨... ¡Es cierto! Yo estaba en México, en el DF, en San Jerónimo, cuando Fuentes** falleció. En uno de los atorones clásicos de esa zona, un lunes, si no me equivoco, el chofer del taxi en el que iba me explicó que Fuentes había fallecido, que habían venido a sacar el féretro y los familiares más cercanos en helicóptero para trasladarlos a Bellas Artes. Eso fue en mayo.
De los dos mexicanos (de una generación intermedia entre la de Fuentes y la mía), el que mejor me impresiona -aunque evidentemente los dos son igualmente inteligentes, elocuentes- es el poblano Palau. Solidez, que al mismo tiempo se adivina modesta: voz, claridad de dicción y sobre todo de pensamiento. Lee dos textos: uno en el que rememora sus encuentros con Fuentes, desde la primera vez que leyó Los días enmascarados, y Cantar de ciegos.

Al terminar la ceremonia, muy aplaudida, cuando todos se levantan y yo estoy por dirigirme a la salida (la recepción es sólo para los miembros de la Society), decido en un impulso acercarme a Shapiro y preguntarle por la Boullosa. Tartamudea un poco, disculpándose -¿será como yo, de tímido? Le digo que no se preocupe, que me gustó mucho la participación de los demás, y, en otro impulso loco, me presento a medias: ¨Yo estuve aquí, hace años...¨ -Ah, sí, su cara me parece conocida. ¨Para leer poesía¨. Expresión de admiración, afable: -¡Ah! Y, ¿sigue escribiendo?
Murmullo inaudible entre las voces que nos rodean. Me despido. Me entrega su tarjeta.

Como decía Kurt Vonnegut: And so it goes.
...

*El propio Fuentes se presentó en la Biblioteca Dag Hammarskjold de las Naciones Unidas, invitado por la Biblioteca de Obras en Español, de la que yo era a la sazón secretaria, y Mecha Muller presidenta. Me tocó, después de haber redactado la carta de invitación -le era necesaria para que le concedieran la visa, en aquella época en que se la negaban (¿seguirá siendo así?) a los intelectuales de izquierda que hubieran manfestado su simpatía hacia la Cuba de Castro-, presentarlo antes de que tomara la palabra para hablar, ¿cómo no? de Cervantes y la novela.
**En el blog que llevaba Aura antes de morir, mencionó una vez que, intrigado desde siempre por ver su nombre como título de una de las más aplaudidas novelas del escritor mayor, por broma, más o menos, decidió titular ¨Fuentes¨ un librito de poemas suyo. Dice que no sabe si eso le hizo gracia a CF.
...
Valga para concluir la ¨crónica¨ esta cita larga de André Gide, que recogí durante la relectura, en 1999, de Si le grain ne meurt (1920)
P. 282
¨Jái toujours manqué a un degré incroyable de ce sens, qui est a la base de bien d´audaces, l´intuition de mon crédit dans l´esprit d´autrui, je vise au-dessous de ma cote, et non seulement je ne sais rien exiger, mais le moins que l´on m´accorde je m´en sens honoré et déguise mal ma surprise; c´est une faiblesse dont, a l´age de 50 ans, je commence a peine a me guérir¨. 
...
Y, aprovecho para copiar otras dos, de ese mismo cuaderno mío:
De Joseph Brodsky: ¨Fate is geography mixed with time¨.
De Faulkner: ¨The only thing worth writing about comes from the human heart in conflict with itself.¨
...