PARIS, septiembre de 2012
Eugenia e Irene, para visitar a Martha
1. Salida
Con algunos contratiempos.
Habíamos salido de la casa poco antes de las 5pm para el vuelo de las 21 hrs. de AA, desde JFK, con los pases otorgados por Ale, mi sobrina. Por iniciativa mía, tomamos el metro en la 96 (con elevador) a Penn Station, que encontramos atestada. Es la hora punta. De ahí, el tren a la estación de Jamaica, en Queens, para tomar la conexión con el tren aéreo. Gasto total: 11.75 dls. Salvo el susto por sentirnos rodeados de una multitud apresurada en la Penn Sta., todo bien.
Registramos las maletas, recibimos nuestro pase de abordar temporal, sin asiento. Tiempo para tomar un bocado, antes de colocarnos muy discretamente ante el mostrador de AA en la puerta correspondiente. En su momento, llaman nuestros nombres y nos cambian el pase por uno con asiento designado. Suspiro doble de alivio. Se acerca la hora de abordaje. Pero no hay indicios de actividad.
Para no hacer el cuento largo: tras hacernos cambiar de puerta, y dar vagas explicaciones sobre el retraso, nos tuvieron, con el resto de los pasajeros esperando siete horas, hasta las 2 de la mañana del día siguiente, cuando se nos informó que el vuelo quedaba cancelado y debíamos hacer otra cola para recibir los vales de hotel…
(Más tarde, Brian nos explicó el porqué de la cancelación: estuvo leyendo en el periódico que, en medio de la bancarrota de AA, los pilotos han estado declrando mini huelgas para lograr reivindicaciones).
Del hotel en Jamaica, NY, al que nos llevaron en camioneta, y tras esperar a recibir la llave, tuvimos que llamar a la oficina de reservaciones para obtener los datos de nuestro vuelo, el martes a mediodía …, via Miami.
En resumen: llegamos a París, no el martes a las 10 y pico de la mañana, sino el miércoles a media tarde.
A pedido mío, Brian se había comunicado con Martha para darle la información pertinente. Ella, pobrecilla, nos esperaba impaciente a la puerta de su edificio. Este, en el que me he alojado otras veces, tiene un elevador que fue colocado en el hueco de la escalera años después de la construcción original, con un cupo máximo de tres personas (de no más de 60kilos, añado yo), paradas de lado. Si una de ellas trae una maleta, otra tiene que salir y subir las escaleras.
En el de Angela, en cambio, dos puertas más adelante en la misma acera, no hay elevador. Para llegar a su departamento en el segundo piso se sube por escaleras curvas de madera.
Los edificios viejos de París tienen un olor peculiar, como el metro, que encontré menos intenso esta vez.
Angela es la conserje portuguesa que limpia semanalmente, desde hace varios años, los departamentos de Martha y Aurora Bernárdez, y que, ángel salvador, puso a nuestra disposición el suyo. Lo compraron ella y su marido en previsión de su jubilación, dentro de unos seis años, calcula Martha. Es pequeño, de una recámara, baño, cocinita, pero con dos lindas ventanas, en sala y recámara, que dan a un patio interior, ajardinado.
Para entrar en los edificios , los inquilinos utilizan ahora una ¨llave¨ electrónica que pasan frente al tablero de metal con los números. Hay un código que pueden dar a su gente de confianza. El de Martha, que yo me sabía, ha sido cambiado, y por falta de necesidad, ella no lo recuerda. Por su parte, Eugenia, encargada de la llave, anota y se aprende el código del edificio que nos interesa.
Después de comer/cenar en L´Angle, el simpático pero ruidoso café en la Place Géneral Beuret, del que Martha es parroquiana, nos vamos a la cama, previa cita en el mismo café, al día siguiente, para tomar uno antes de partir rumbo al Louvre, en el #39 que pasa a dos cuadras de la rue Robert Fleury.
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2. En el Louvre
Llevaba en la bolsa, para terminar de leer en el avión, el artículo del New York Times sobre las nuevas galerías de arte islámico en el Louvre. Se hablaba, entre otras cosas, de la cúpula dorada, como ¨velo¨ ó ¨carpeta voladora¨. Así la percibimos, a nivel de los ojos, y parcialmente, desde el interior del museo.
Pero ni velo ni alfombra fue lo que vimos al entrar en la galería y mirar hacia lo alto: el techo, de un blanco resplandeciente, era el de una tienda. ¡Brillante hallazgo el de los arquitectos! Claro, era en el interior de una tienda persa o árabe donde nos encontrábamos, rodeados de obras de arte, escuchando una voz que recitaba poesía árabe en el original y en traducción al francés, y asomándonos a ver, desde un balconcillo, el piso allá abajo: mosaicos romanos y tapetes de lana y seda antiguos, fabricados en diversos países musulmanes.
Interrumpimos la visita para ir al baño (cola) y tomar el tentempié de Eugenia: un rico sanduich de pollo y verduras compartido entre las tres. Y más adelante, cuando hemos terminado la visita, salimos a comer en la terraza del Nemours, en la Place de la Comédie Francaise. Este día fue de sol, y lo disfrutamos mientras comíamos nuestras ensaladas.
Regresamos al Museo y recorremos las salas de arte copto, muy interesantes, aunque ya todo desmerece un poco después de las galerías vistas en la primera parte de la visita.
Cansadas, convenimos en salir. Pero antes, pido que me dejen echarle un vistazo a la Victoria alada, un poco por ella misma, otro poco por reubicarme en el Louvre al que entré por primera vez hace 45 años.
3. Otro día, habiéndonos bajado del mismo autobús frente al Hotel de Ville, que dejó impresionada a Eugenia, tomamos la Rue de Rivoli, y nos topamos a la vuelta con el Museo del Hotel de Ville, en el que se presentan exposiciones gratuitas, y en esos momentos se anunciaba, con un gran cartel y la foto de Audrey Hepburn con mascada en la cabeza y anteojos oscuros: ¨Paris visto por Hollywood¨. Entramos. Impresiona el contraste entre la construcción oscura y pesada, y el carácter más bien festivo y algo trivial de la exhibición.
Después seguimos la caminata hacia el Marais, con parada en un café para el tentempié mañanero. Martha se disgustó porque el mesero insistía en que su ¨noisette¨ iba servido con leche fría, no caliente… Era un lugar para turistas.
Llegadas a la Place des Vosges, miramos vitrinas y entramos a más de una galería. Al llegar a una de las esquinas de la plaza, descubrimos el encantador Hotel Sully, pero no vamos más allá de su entrada elegante, ajardinada, sobre la que seguía cayendo la lluvia.
4. La Gare de Lyon
Ante un cartel que anuncia la exhibición a la que me he referido, y en el que figura un hermoso león de bronce de la España musulmana, le tomo una foto a Eugenia, después de haber cenado las tres en Le Train Bleu. Las expresiones de admiración se multiplicaban ante el espectáculo de oros, figuras sonrosadas, rosas de yeso y candiles resplandecientes características de la decoración Belle Epoque de este restaurante afamado por eso, y no tanto por su comida. La Gare de Lyon, en la que se encuentra, es una de las seis principales estaciones ferroviarias de París, y fue construida para la Exposición Universal de 1900.
No digo que hayamos cenado mal: Martha y yo el menú de… euros: sopa fría de espárragos verdes con espuma de parmesano, dorado con guarnición; botellita de vino una, suficiente para dos copas y media, y botella de agua mineral, Perrier naturalmente… Eugenia optó por el confit de canard al que se ha aficionado tanto al cabo de una semana… Y dos postres de pera compartidos: una tarta caliente con helado de pistache, y una Belle Hélene con helado de vainilla. Lo que pasa es que no fue notablemente superior a lo que habíamos estado cenando en Au Roi du café, en la rue Lecourbe, a una cuadra y media de nuestros respectivos alojamientos, por una fracción del precio.
Pero yo quería darme el gusto de volver a ese lugar, y compartirlo con mis queridas compañeras de aventura. (Una aventura fue encontrarlo, después de salir del metro y mirar en todas direcciones esperando una indicación, pero ni siquiera el directorio, donde lo ubicaban en el nivel O, nos ayudó, hasta que ya, medio desesperadas, pues daban las 7.30pm de nuestra reservación, subiendo una escalera eléctrica más, lo encontramos, frente a los andenes…)
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Acerca de los números en francés, Eugenia comenta: ah, es como los romanos. Tardo en entender la comparación, que es pertinente. Para leer éstos, ademas de que primero hay que traducir las letras a dígitos y después, sumar éstos para llegar a la cifra. Es cierto que no decimos en voz alta L más X o menos X, pero mentalmente hacemos traslación y suma. En francés, los números arábigos son claros: el problema está en leerlos en voz alta. 80 es quatre vingt, es decir, cuatro veintes; 95: quatre vingt quinze, cuatro veintes (y) quince. Y así, del setenta al noventa.
5. Opera Garnier
El arquitecto tenía poco más de treinta años cuando la diseñó, en la segunda mitad del siglo XIX. Es monumental, y tiene de pesada lo que la Bastille de ligera.
Tomamos la visita no guiada; no sé si los 9 euros, comparados con los 11 que pagamos en el Louvre, se justifiquen.
Cuando salimos, al sol brillante y caluroso, caminamos por la Rue de la Paix hacia la Plaza Vendome y su columna. A mí se me había metido que se trataba de la Columna de Trajano, en la que se describen sus victorias… Pero, ¿cómo podía explicar que se encontrara en París? ¿La había traído Napoleón como despojo…? Al llegar al pie de la misma, y un guía al que le hice la pregunta, me sacó de mi craso error. Eso no quita que, sin duda, la Vendome, construida con los mil doscientos cañones de bronce capturados en Austerlitz, sea una copia de la romana del siglo IV (I: uno, menos V: cinco= cuatro).
Entre la Plaza Vendome y las Tullerias, toda una calle, la St Honoré, llena de hoteles, restaurantes y tiendas de super lujo. Vimos en la vitrina de una, suéteres de cachemira de diseño original, con un precio de 3,000 euros. (¿Qué tiene de extraño, me pregunto una semana después, viendo en el NYTimes un anuncio de un par de zapatos Chanel por 1,500 dólares…?.
Entramos a las Tullerías, y compartimos la dominguera tarde de sol con centenas de franceses y turistas. Estos se detienen frente a nosotras, sentadas, para tomar fotos de la escultura a nuestras espaldas, una entre muchas. Desde mi silla reconozco a la distancia la de Teseo y el Minotauro.
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6. Otro día vamos a la Cité de la Musique, en la Porte Pantin: un extraordinario museo de instrumentos musicales y la historia de la música occidental desde el siglo XVII. Con un piso adicional dedicado a ¨las músicas del mundo¨, en el que se exhibe una hermosísima marimba veracruzana…
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7. El sábado lo dedicamos a visitar la Catedral-Basílica de St. Denis, la necrópolis de los reyes de Francia. Llegamos ahí en metro, en una línea relativamente reciente, la 14.
Entre los muchos monumentos de yacentes, impresiona el de los "transis": Enrique IV y Catalina de Médicis. El murió treinta años antes que ella, y a ella correspondió la tarea de encargar el monumento para ambos. Se dice que al ver su propia figura en mármol, no como una durmiente, sino en rigor mortis, se desmayó y mandó que se rehiciera. Afortunadamente, el tal monumento está en lo alto y bajo un toldo también de mármol, de modo que es difícil distinguir el torso desnudo y descarnado del Rey.
Se ven asimismo los monumentos de Luis XVI y María Antonieta, realizados años después de su ejecución, y presentados como dos nobles figuras devotas.
Afuera, en el atrio, hay feria sabatina, y unos acróbatas hispanohablantes montan un móvil humano muy interesante.
Lloviznaba* también ese día, dimos una vuelta por los puestos de comida al aire libre y nos decidimos por un cafecito cerca de la estación del metro (la línea 14 es relativamente nueva), donde pedimos té y una tarta de almendra (gateau basque), para variar, hecha en el lugar y deliciosa.
8. En Tours
Por lo que anoto, pareciera que nos hubiera llovido todos los días, pero no fue así: tal vez unos cuatro de los doce que pasamos allá, incluidos los tres luminosos y tibios que nos tocaron en Tours.
A ésta llegamos en tren, con pasajes comprados con anticipación. El hotel era céntrico, llegamos caminando desde la estación, y más tardamos en registrarnos y dejar las maletas, que en salir en busca de un restaurante… Por ser domingo, y ya pasadas las 14hrs, la selección era limitada, pero tuvimos la suerte de encontrar uno abierto, con terraza, en la linda glorieta frente al muy decorado Hotel de Ville. Y quedamos muy satisfechas con la comida.
Para el lunes ya tenemos reservada la excursión de todo el día, desde la Oficina de Turismo : en camioneta para ocho pasajeros, nos llevan a Clos Lucé, que Francisco I otorgó a Leonardo da Vinci para que viviera y trabajara (sobre todo en sus proyectos de ingeniería) sus últimos años, y Amboise, donde comemos; Chambord y Chenonceau. El chofer se encargar de sacar nuestras entradas con descuento. El martes, también bajo un cielo despejado, veremos Azay-le-Rideau , Villandry y sus jardines, antes de la comida, y Ussé, en el que se inspiró Perrault para ¨La Bella Durmiente¨ (en francés: La Belle au Bois Dormant), y Langeais, donde se efectuaron las nupcias casi secretas entre Carlos VIII y Ana de Bretaña, de catorce años, la inocente.
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El mediodía que nos queda en Tours lo dedicamos a hacer algunas compras en las Galerías Lafayette.
La ¨novedad¨ en los negocios de artículos de cocina y comedor: una tacitas de cerámica que imitan un vaso de papel deformado por la mano que lo ha oprimido. Blancas y de colores, incluso con la bandera de los EU… En una pequeña galería recientemente abierta al lado del departamento de Martha, las vendían, a 7.80 euros la pieza, pero sólo en juegos de seis.
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9. Creo que a los múltiples encantos de París: su arquitectura armoniosa, sus parques y jardines, sus vistas –desde cualquiera de sus puentes, desde cualquiera de sus plazas-, sus anchas avenidas, sus museos, sus monumentos, sus restaurantes, sus mercados de comestibles (panaderías, pastelerías, queserías), se añaden los propios parisinos, tan fascinados con su ciudad como cualquier recién llegado… Ellos siguen pasando por la calle con su baguette bajo el brazo, de la que, infaltablemente, arrancan un mordisco; haciendo sus compras de comestibles como si estuvieran en una boutique o joyería: ¡con qué deleite contemplan, eligen, compran sus panes y pasteles, su fruta!; entrando en pequeñas librerías donde se ofrecen ediciones, que sin ser baratas son encantadoras, como, entre muchas otras, estas del Mercure de France: Le petit mercure, minilibros de bolsillo, en una serie titulada ¨Le gout de… (des chats, des haiku, etc.)¨ .
Las parisinas siguen siendo esbeltas y bien vestidas. Se entiende por qué: las porciones de su confit de canard, poulet provencal, etc., son moderadas, acompañadas de verduras cocidas al vapor, bien sazonadas. Y, quién sabe si, como nosotras tres, tiendan a compartir el postre…
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