Saturday, February 25, 2012

Apuntes sobre un huracan

LLOVIO SOBRE MOJADO
2011

Agosto fue un mes particularmente lluvioso en la costa del Atlántico.
Tres de los cuatro fines de semana que Brian y yo, a veces con Alan y
Emily, pasamos fuera de la ciudad, en la montaña, nos llovió.
De modo que Irene, la tormenta tropical o huracán que llegó a visitar
dicha costa el último fin de semana del mes, encontró el l terreno ya
muy húmedo y elevado el nivel del agua en ríos y estanques de la
zona.

Cuando cancelé mi visita a mi amiga Pat en Willmington, Delaware (una
ciudad pequeña de un estado pequeñito, a dos horas y cuarto de NY en
autobús), menos por las advertencias sobre el huracán que por la
preocupación que advertí en ella cuando me llamó para preguntar si no
había cambiado de planes, nunca imaginé que, al decidir acompañar a
Brian en su viaje a los Catskills, donde nuestra amiga Catherine nos
había invitado, nuestro fin de semana sería doblemente excepcional.

Viajamos el viernes, encantados de la vida por el buen tiempo, y
llegamos a tiempo para ver los últimos preparativos de la cena que
nuestros amigos llevarían a la casa de otro matrimonio de
sicoterapeutas colegas de Catherine: costillas al horno, con arroz y
una mezcla de nabos y manzanas salteados y que, con lo que Amy
preparó (gazpacho de sandía y ensalada y pay de durazno), resultaría
pantagruélica y deliciosa.

Al regreso, cerca de la medianoche, todavía pudimos contemplar
extasiados un cielo negro , casi transparente, cuajado de estrellas y
planetas.
El sábado fue igualmente agradable: cielo despejado, y calor. Después
del desayuno pasamos al basurero municipal a tirar nuestros desechos,
y de ahí al mercado local, para comprar lechuga de hoja roja, elotes
tiernísimos, jitomates, la col alemana que descubrimos hace poco Brian
y yo…
Hacia las 7pm, como estaba previsto, el cielo terminó de cubrirse
completamente y empezó la lluvia, suave al principio, pero constante.
Cenamos, vimos una película (…). Cuando nos preparábamos para ir a
dormir, registramos que la lluvia seguía, con ráfagas intermitentes de
viento.
Todo el domingo siguió igual: lluvia incesante, ráfagas de viento de
vez en cuando. Nosotros, protegidos entre cuatro paredes con muchas
ventanas desde las cuales podíamos contemplar el paisaje: acá el
sendero por el que se llega a la casa, con los dos coches estacionados
a un lado del garaje. Allá, el estanque artificial, en el que caía a
borbotones el agua que bajaba de la montaña: en otro extremo, su
salida, igualmente ruidosa, hacia un canal por el que llega,
ultimadamente, al depósito de agua del condado. Del otro lado,
pasando los abetos, el macizo de hortensias silvestres, los helechos,
por detrás de la casa, el sendero que sube, y por el otro lado,
visible desde las ventanas de la sala y el comedor, el jardincito de
Catherine y Phil, con los nuevos geranios…

Alan llamó a la hora de la cena, y platicamos: todo estaba bien allá.
El regente de NY mandó cerrar todo el transporte público desde el
sábado en la tarde, para evitar accidentes. Como también los
aeropuertos habían cerrado, la ciudad debía ser un remanso de paz (con
visos de algo siniestro, como ocurrió el 11 de septiembre de hace diez
años, y en los días siguientes). Recibí e-mail de Ian: estaba en París
y volaría a NY hoy, lunes cuando ya se habían reabierto los
aeropuertos.

Comimos, platicamos, dormimos, vimos películas cómicas en videos que
Brian compró en una tienda de segunda mano (Sid Ceasar, Woody Allen),
preparamos la cena (Catherine y yo: un pan de calabacita; ella, salsa
de carne para el espagueti, ensalada. Phil abrió una botella de
espumante. Nos sentamos a cenar. Después, con el trozo de pan, helado
y crema, pasamos a la sala a ver la primera parte de una vieja serie
de la BBC con Michael Gambon: ¨The singing detective´, de Danny
Potter. Algo tétrica, con este detective que sufre de psoriasis
nerviosa…
Estábamos tratando de distraernos de las noticias alarmantes que desde
mediodía había encontrado Phil en Internet: Fleischmanns, la pequeña
población por la que entramos desde la carretera 28 para subir a la
casa, y Margaretville, la villa algo más grande a orillas del río
Delaware, ambas situadas en el valle al pie de los montes Catskills,
habían amanecido inundadas. En la pantalla vimos con azoro la calle
principal que tan bien conocemos, con sus pequeños negocios, inundada,
como inundado el estacionamiento delante del supermercado recién
renovado, y de la farmacia…
Estado de alerta, caminos cerrados. Una mujer muerta en un hotel que
fue golpeado por las aguas. En Fleischmanns, además de la población
estable, anglosajona, de varias generaciones, conviven en verano las
familias de judíos ortodoxos (Hasidim) que alquilan hoteles y centros
de reunión, y de mexicanos (de Guerrero, de Oaxaca) establecidos en
los últimos veinte años, y que han empezado a prosperar con sus
tiendas de abarrotes y restaurantes. En ¨Mi Lupita¨ el sábado, antes
de subir a la casa, habíamos comprado unos tamales de pollo y salsa
verde, no queriendo esperar los quince minutos que les llevaría
prepararnos las deliciosas quesadillas de flor de calabaza que
habíamos comido ahí, dos semanas atrás, Brian, Catherine y yo.

El pronóstico para el lunes, y el resto de la semana, soleado,
caluroso... No dejamos de tener ni agua ni electricidad.
En la ciudad de NY, al final, el impacto fue mínimo. No así en Long
Island, donde se supone que mi prima Barbara nos espera en su casa el
próximo sábado.—A decir, verdad, e independientemente de que ella
misma quiera cancelar, entre que es probable que Brian tenga que ir a
Deposit con Nico y Pete, a ver en qué estado quedó el terreno y la
cabaña, no tengo ganas de salir otra vez. Extraño a mi gatita!

El lunes, en efecto, entró por las ventanas de nuestra recámara,
azul y oro. La emoción de contemplar la paz reinante: los
árboles, el prado, el estanque con su ingreso de agua mucho menos
turbulento, chocaba con el sentimiento de pena por lo que había
ocurrido y estaba ocurriendo en los poblados del valle. Aquí, los
dueños privilegiados de casas de campo, con sus alacenas ,
refrigerador y cava rebosantes. Allá, los que vacacionaban por poco
dinero, con hijos y padres, y los dueños de pequeños negocios… Todos
sufriendo ahora.
Nos enteramos de que habían llegado helicópteros a ayudar en las
operaciones de rescate… y casi al mismo tiempo, que nos sería
imposible, a Brian y a mí, regresar hoy a la ciudad. Todos los
caminos en el condado de Delaware, donde nos encontramos, están
cerrados a vehículos que no sean esenciales…
Salimos a caminar por aquí cerca: dos árboles caídos, unas ramas rotas, no más.
Acercarnos al pueblo, no podemos en coche, por la prohibión, y a pie
sería pesado: siete millas en bajada, posible, pero el regreso, en
subida? De modo que, como si estuviéramos en una isla encantadora...

Yo, habiendo hablado ya con mis hijos y dos de mis amigasn, estoy
moderadamente tranquila. Estamos en buena casa, en buena compañía,
donde, antes de tres o cuatro días, no nos faltará nada.
Pero a Brian la inactividad, y sobre todo la imposibilidad de moverse,
lo pone tétrico. Yo aparte de mi netbook, me traje mi Kindle, mi
libreta, y unos pasteles al óleo, aunque no papel suficiente (siempre
puedo utilizar el de las bolsas de estraza…).

Por acá, me cuenta Catherine, se sintió mucho el impacto de Floyd,
hace diez años, y apenas en enero hubo inundaciones después de meses
de lluvia y nieve acumulada en la montaña.
Debería añadir aquí que esta parte del Estado de Nueva York no es
próspera, lleva incluso años de depresión económica, carece de los
recursos que han permitido a la ciudad misma salir bien librada…

Ahora (lunes, 6pm) sigue el sol brillante en un cielo donde son
visibles alguna nubes blancas, pero la temperatura ha bajado; se
siente más como en septiembre, después del fin de semana de Labor Day.
Por último: también esta mañana nos enteramos de que ´Irene´ había
subido hasta el estado de Vermont, causando estragos. Y naturalmente,
estamos sin acceso al NYTimes de papel (sin el cual Brian no puede
vivir).

Para terminar, básicamente estamos varados, y no sabemos todavía a
ciencia cierta cuándo podremos regresar a casa. Lo cual no deja de
ser, para mí, una experiencia completamente nueva.



Regresamos a la ciudad el martes, sanos y salvos.