Wednesday, February 14, 2007

FILADELFIA

Fin de semana en Filadelfia -27 a 29 de octubre de 2006

El motivo de nuestra visita la fiesta de arte que nos prometían, por una parte el Museo de Arte, donde se exhibe TESOROS de arte latinoamericano de 1492 a 1820, y por otra, la Fundación Barnes.

Para una y otra compré las entradas por Internet con casi tres semanas de anticipación (requisito para la Barnes), y reservé habitaciones en un Bed&Breakfast recomendado en la Lonely Planet por ser céntrico, de precio moderado, y por ser el más antiguo de la ciudad: fundado en 1832.

I

Salimos de NY, en coche, el viernes a las 6.30pm, bajo la lluvia, y no llegamos allá sino tres horas más tarde, un poco cansados, y un muy hambrientos.

Descubrimos que el dicho Society Hill B&B (en Chestnut y 3rd Street) se ha reducido, tácitamente, a una B, pues el escaso personal y la pésima administración ponen todo su interés en el restaurante y bar de la planta baja, destinado a la población joven y bonita… El edificio es muy hermoso, de escaleras empinadas, decorado todavía con buenas piezas antiguas, y los cuartos, satisfactorios, comprenden una habitación con cama doble, baño, y una sala más amplia que el cuarto, con mesa, silla, tv y sofá cama.

No nos decidimos a cenar en el dichoso restaurante porque, si bien la comida parecía buena, el ruido era infernal. Salimos bajo la lluviecita, y entramos en una “taberna” a comer una hamburguesa.

Antes de irnos a dormir, llenamos cumplidamente la tarjeta que debíamos colgar por fuera de la puerta, pidiendo desayuno a las 8am.

Incumplidamente, nunca lo recibimos, y cuando quisimos reclamar, nos encontramos con que la puerta al restaurante-bar estaba cerrada con llave, y no había ni un alma con cuerpo de empleado… Salimos, pues, y encontramos un lugar simpático. De ahí caminamos una cuadra a Market Street para tomar el autobús #44 que nos acercara al Museo de Arte, desde cuyas famosas escalinatas Rocky-Stallone levanta los brazos desafiando a la ciudad. Ahí mismo, es decir, en lo más alto de las escalinatas, se han grabado en metal sobre el asfalto, sus pies, de modo que cualquier hijo o hija de vecino puede colocar encima los suyos, y hacerse tomar una foto con el mismo gesto triunfante (¡las curiosas paradojas de este país!).

II

Entramos al Museo para iniciar nuestra visita, con audio-guía, a las 10.30am.

Comparada con la exposición “Tres mil años” de arte mexicano, presentada en el Metropolitan de NY y en México, y posteriormente la de arte brasileño en el Guggenheim, la que vamos a ver es, necesariamente, más concentrada y definida que la primera, más amplia y nacionalmente diversa que la segunda. En ella predomina el arte colonial y religioso: casi trescientas obras, de trece países de América Latina, con ejemplos magníficos de pintura, escultura, mobiliario, objetos de oro y plata, cerámica y textiles. Tres importantes instituciones culturales de México colaboraron en su organización.

Las salas son amplias, están bien iluminadas, y resulta un placer recorrerlas. Después de recorrer dos o tres salas introductorias, con su cartel explicativo en español y en inglés, se pasa a un salón enorme, dividido en dos partes por un arco en el cual pueden verse, de espaldas, las tallas de santos a las que se llegará después de dar la vuelta. En el centro, un recinto contiene crucifijos y coronas de espinas trabajadas en oro y plata con incrustaciones de esmeraldas.

Entre las obras que más me llamaron la atención figuraban, curiosamente, dos óleos del mexicano Cristóbal de Villalpando (1649-1714). Uno es relativamente pequeño, de 1688, y pintado sobre cobre: “Adán y Eva en el Paraíso”, en el que con gran minuciosidad se relata el Génesis: desde la creación de Adán hasta la expulsión de Adán y Eva del Paraíso, con detalles como una pareja de guacamayas en lo alto de una palmera, un pequeño unicornio blanco en un bosque lejano, además de otros animales, flores y plantas de todo tipo.

El segundo, enorme, representa a San Francisco en una cueva oscura (la mitad inferior del cuadro), donde el mundo “real” apenas puede vislumbrarse entre las sombras, que sueña con encontrarse ya en el Cielo, y ahí (mitad superior, llena de luz y poblada de ángeles y querubines) se le ve flotando, recibido por Jesús. Me conmoví, pensando de repente que a lo mejor ahí estaba ahora mi papá, quien de joven quiso imitar al Seráfico, en un lugar lleno de luz, contento.

Hay otro par de cuadros en que se repite el tema de la bondad en un plano superior y la maldad en el inferior, de acuerdo con la visión maniqueísta de la Iglesia Católica: en uno, San Miguel Arcángel, muy favorecido en la iconografía religiosa de la Colonia por su carácter de vencedor del mal, aparece arrojando a Luzbel, el Arcángel rebelde, a los infiernos. Ambos, a imagen y semejanza del ser humano, tienen cuerpos perfectos: blanco rosado el de San Miguel, vestido con su túnica arriba de la rodilla, casco y armadura de plata, sandalias, y espada en mano; desnudo completamente el del Demonio vencido, de carnes oscuras, barbudo, con impresionantes garras azules en manos y pies y la cola que sale del coxis. En el otro, de un pintor colombiano del siglo XVII, se ve a Santo Tomás de Aquino –vestido de negro, sentado- pisoteando a un hereje; la tarjeta descriptiva dice: “la figura con turbante podría ser Averroes, cuyos comentarios sobre Aristóteles llevaron a muchos incrédulos a poner en tela de juicio el dogma y la doctrina católica”. Añade que Santo Tomás escribió la Summa contra gentiles, contra los que ponían en duda el milagro de la Eucaristía”.

Vimos la influencia china y japonesa en el arte latinoamericano; nos enteramos de que “biombo” viene del japonés “biobu”: cortina o pantalla. Apreciamos textiles del Perú y Bolivia, de influencia inca, y enormes tallas de madera estofada de santos y mártires.

Había hermosos objetos de plata finamente labrada, así como cerámica y bateas laqueadas mexicanas procedentes de la colección de la Hispanic Society de Nueva Cork.

A la salida de la exposición, pasando por la tienda de regalos donde, por ejemplo, un pequeño “árbol de la vida” mexicano, se vende por 40 dólares, nos pidieron que llenáramos un cuestionario bastante exhaustivo destinado a mejorar las futuras exhibiciones del museo.

Pasamos a la cafetería en busca de descanso y un refrigerio, y después seguimos recorriendo algunas salas del museo: la de grabados mexicanos del siglo XX; la de Asia: con la reproducción en granito de un palacio de la India; un jardín japonés; arte coreano.

En la de la Edad Media, me detuve fascinada ante dos óleos que nunca había visto antes: uno que representa a Santa Ana (con su turbante típico) enseñando a leer a la Virgen (de unos 11 años y ya tocada con una corona de oro), y otro, en el que es la Virgen (con su halo dorado) la que enseña a leer al niño Jesús (de unos 4 o 5 añitos).

Este Museo nos pareció mucho más armonioso y “navegable” que el Metropolitan, medio laberíntico. Los muros del segundo piso, en torno a la escalera, están cubiertos con tapices ilustrados por Rubens.

Para acabar con los contrastes, en lo alto de la escalinata interior muestra su desnuda belleza la monumental Diana cazadora y virgen, de Augusto St Gaudens. Dice la guía que “fue traída aquí de Nueva York en 1932, rescatada de la demolición del Madison Square Garden”. Entre otros ejemplares en tamaño más reducido (posiblemente natural), uno en bronce dorado adorna graciosamente el patio cubierto del American Wing, en el Metropolitan. Alejada de los hombres, ella caza e inflige la muerte. Sus atributos son el arco y la flecha.

Abajo, a la entrada de la exhibición “Tesoros”, se levanta imponente un retablo –del Brasil, creo-, dedicado a la Dolorosa, otra virgen, sólo que ésta plenamente vestida de púrpura luctuosa, con los suyos: siete puñales, o en otras versiones, una espada clavada en el pecho. Patrona de millones, ella sufre.

III

Salimos y todavía tuvimos humor y energía –por lo menos ya no llovía y había salido el sol- para caminar hasta el Mütter Museum del Colegio

Médico de Filadelfia, a unas diez cuadras de ahí, y ver la

Exposición, “perturbadoramente informativa”, en palabras del folleto… sobre fenómenos humanos, es decir, fotos de siameses, esqueletos deformes, órganos enfermos. En efecto, informativa y en ocasiones nauseabunda…

IV

A la mañana siguiente, domingo 29, nos despertamos a eso de las 7.30, para que nos diera tiempo de desayunar y llegar a la Barnes Foundation con nuestras entradas solicitadas para las 9.30.

Inútil decir que la segunda B del B&B siguió brillando por su ausencia. Para cuando estuvimos listos todos, con las maletas ya en la cajuela del coche, no nos pareció que tendríamos tiempo de desayunar -también porque el restaurante del día anterior estaba ahora cerrado!-, de modo que emprendimos el camino rumbo a Merion, un poblado a cinco millas de Filadelfia en el que se encuentra, desde su

creación, la mansión que aloja la colección del doctor Barnes.

Pasando un bonito barrio, residencial, de casas con jardines, llegamos a la entrada, y el guardia nos informó que era muy temprano: que no abrían antes de las 9. “Pero, ¡cómo!” -exclamé yo, desde el asiento trasero, con los ojos fijos en el reloj del coche, que decía: 9.14. El buen hombre explicó que el horario había cambiado esa madrugada, y en realidad en esos momentos no eran más que las 8.14…

A todo hay que verle el lado bueno, dijimos, dando media vuelta, ansiosos por encontrar un lugar para desayunar al fin, ¡con “todo el tiempo del mundo”!

Volvimos, pues, y todavía tuvimos que esperar unos minutos al aire libre –brillaba el sol y soplaba un viento fuerte- con otro grupo, al resguardo de la entrada de la Galería, decorada con motivos griegos, indígenas, africanos, obra del arquitecto francés Paul Cret (autor también del Museo Rodin –pero no el de París, sino el de Filadelfia), que la terminó en 1925.

La historia del doctor Albert C. Barnes (cuyo retrato por Giorgio de Chirico puede verse en la Galería), de su fortuna y de su colección es interesante, pero empezaré por hablar de la emoción estética provocada por esas salas de altos techos, bien iluminadas, donde aparecieron como milagrosamente, y se multiplicaron, los Renoir , los Cezanne, los maravillosos Matisse (desde el pequeño óleo “Naturaleza muerta en azul”, de 1907, hasta las figuras “recortadas” pintadas en azul y rosa, en medallones en la parte superior de las ventanas, que el propio artista vino a terminar in situ), y por supuesto los Degas y los Picasso. Además, había Van Gogh, Monet, Courbet…

El doctor Barnes tenía ideas particulares sobre cómo quería ver y que se vieran y apreciaran sus cuadros (adquiridos a lo largo de los años, directamente o por intermediarios, gracias a la fortuna que hizo con la patente en 1902 de un compuesto de plata, conocido como Argyrol, un producto antiséptico muy popular en su momento). Así, nos explicó la especialista que guió nuestra la visita durante hora, los cuadros se encuentran colocados en una pared, no necesariamente por autor o por época, sino más bien por tema, o por color: el rosado de las bañistas de Renoir, o el verde brillante de las selvas del Aduanero Rousseau, en coordinación con los muebles antiguos, muchos ellos de manufactura norteamericana, colocados estratégicamente al pie de los cuadros.

Uno de nosotros descubrió a Chirico; otro, su amor inconfesado por Matisse; a mí me deslumbraron los cinco o seis Modigliani: un niño de ojos azules, un desnudo de un vivo color carne, una mujer sentada.

Me pareció interesante uno grande de Seurat: “Las Modelos”, que no conocía: tres mujeres desnudas en una habitación, dos sentadas, de espaldas y de perfil, una de pie, de frente, con las manos cruzadas debajo del vientre; pueden verse sus prendas en una silla, o amontonadas en el piso: enaguas, faldas, sombrillas y sombreros. A la izquierda, un poco en la sombra, ocupando prácticamente toda la pared, el otro cuadro famoso del mismo Seurat: “Domingo en el parque de la Grande Jatte”. En él, las mujeres, entre los demás paseantes, aparecen completamente vestidas, con corsé y miriñaque debajo de las largas faldas, con sombrero de ala ancha y sombrilla. Es decir, ¡con una silueta muy diferente de los cuerpos desnudos, en tonos azules y rosados, que ocupan el centro de este cuadro!

Además de pintura, la Galería exhibe hermosos muebles, esculturas griegas, japonesas, africanas. De hecho, toda una sala está dedicada a la escultura de Africa occidental que tanto influyó sobre los Impresionistas, de Modigliani a Picasso.

Al igual que todos los “guardianes” de cualquier patrimonio artístico, los de la Fundación Barnes se enorgullecen de imponer una serie de estrictas reglas para la admisión. No sólo hay que reservar las entradas con semanas de antelación, llegar puntualmente, aunque ellos no lo hayan sido tanto para dejarnos entrar; dejar no sólo los abrigos o sacos pesados en el guardarropa, sino que también las mochilas y los bolsos de mano en cajas de seguridad que se cierran con llave previo depósito de una moneda de 25 cts. de dólar (la entrada a la Galería cuesta 10 dls. sin descuentos a estudiantes ni jubilados). Los visitantes deben mantenerse a “18 pulgadas de distancia de todos los objetos expuestos”, y está prohibido dibujar, o fotografiar. Tampoco podrán entrar señoras con zapatos cuyo tacón tenga menos de dos pulgadas de diámetro… Uno de nosotros se quiere pasar de listo, y toma algunas fotos con su teléfono celular; cuando se encuentra de nuevo frente a un Picasso temprano, muy interesante, con influencia de Cezanne y el Greco, que representa a dos figuras, hombre y mujer, y un buey, decide tomar la última, y en esos momentos se le acerca una de las encargadas de la seguridad, quien le dice con tono severo que va a “tener que borrar todas las fotos que ha tomado en la Galería”….

Al salir, podemos pasear y tomar fotografías por los hermosos jardines, aunque el invernadero está cerrado. Hay un estanque japonés, con carpas doradas, y unos extraños árboles de Corea, cuyas ramas parecen brazos humanos: por la textura suave y el color de la corteza, que del verde en verano pasa a tonos de rosa y anaranjado en otoño e invierno. Dice la etiqueta que su corteza es plaguicida…

V

De vuelta al coche, y a la ciudad, paseamos por el muelle antes de ir a comer y terminar así nuestra visita a Filadelfia y alrededores, donde nos fue dado disfrutar de un verdadero banquete de arte.

pd. Añádase a esto la exhibición corriente en el Museo de Arte Metropolitano de NY: “De Cezanne a Picasso” (los cuadros comprados y vendidos por Vollard, el negociante en obras de arte francés, que tuvo como clientes a Gertrude y Leo Stein, a Albert C. Barnes, entre otros.

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