Wednesday, February 21, 2007

La Douce France- dos semanas de vacaciones

LA DOUCE FRANCE –dos semanas de vacaciones—2006-2007
I
Salimos Brian y yo de Newark el viernes 22 de diciembre en la tarde, y llegamos a París el sábado a las 7am., frío pero con un cielo claro –que apreciamos mucho, pues no lo volveremos a ver así... Martha nos estaba esperando para desayunar. Argentina, reside en París desde 1980. Nos conocimos unos cinco años antes en la Sede de las Naciones Unidas, y después presentó el examen de traductores de la UNESCO. Hemos compartido un sinnúmero de cenas, visitas a museos y viajes, incluso al Cañón del Cobre, en México, y la Quebrada de Humahuaca, en Argentina.
Les propuse a ella y a Brian que aprovecháramos la mañana yendo al Museo Carnavalet, donde, entre otras cosas interesantes, se encuentra la recámara de Proust: la mitad de los muebles y objetos fueron donados por la hija de Celeste Albaret, ama de llaves del escritor, quien a su vez los heredó de él. Pasamos enseguida a la Sala de la Revolución, y no vimos mucho más, pues a las dos horas yo estaba lista para ir a comer, y enseguida ir a tomar una buena siesta. Sobre todo considerando que ya teníamos entradas para las 20hrs en la Opéra Bastille (nuevo e impresionante edificio de acero y vidrio, amplísimo y con excelente acústica) donde veríamos el ballet "Coppélia", con música de Delibes, y puesta en escena y escenografía de Patrice Bart, en un tratamiento moderno más psicológico y cercano del cuento original de Hoffman (Der Sandmann) que de la versión alfeñicada que se conoce de este ballet. Nos pareció sumamente logrado, y salimos encantados, encaminándonos a la Brasserie Bofinger, a una cuadra de la Plaza, donde habíamos reservado de antemano una mesa debajo de la hermosa cúpula de vidrio emplomado. Compartimos un "Mareyeur" variado (ostras, las muy populares Fines de Claires, caracoles de mar, langostinos, cangrejo, mejillones). -Pour deux?, preguntó el maĩtre d’ en un tono medio altanero; -Non, pour trois, fue nuestra firme respuesta, y de postre, una tarta de peras à l’ Armagnac…
Agradable sorpresa, y gran alivio, la interdiction de fumer en la gran mayoría de los restaurantes y lugares públicos.
El 24 fuimos al Petit Palais, a ver su colección permanente de arte de los siglos XIX y XX –además de esculturas y vasos de cerámica vidriada, óleos como el retrato de Sara Bernhardt, la famosa Berma de En busca del tiempo perdido. Y, para que no pierda mi contacto con el autor, Brian me compró, en la linda librería del Museo, uno de mis regalos de Navidad (el otro fue un reloj de bolsillo, con brújula): Le Paris retrouvé de Marcel Proust (y de Martha recibí esa noche Les Plaisirs et les Jours… de Proust). Después de almorzar en la agradable cafetería, salimos a caminar por los Champs Elysées hasta la pirámide del Louvre, y luego por la rue de Rivoli hasta el café Nemours, para calentarnos un poco.
Cenamos en casa, con una amiga de Martha, también argentina (Aurora Bernárdez, quien fue la primera mujer de Cortázar, y a sus 86, sana y lúcida, sigue ocupándose de revisar traducciones de la obra del escritor o tesis que se escriben sobre él) lo que por lo visto es tradicional: empezando con Fines de Claires, que la anfitriona había ido a recoger esa misma mañana al mercado cerca de su casa, sobre la rue Cambronne (en el 15e arrondissement,. no lejos de l'Ecole Militaire y la UNESCO) con champán; luego una crema de calabaza, y tabla de quesos (brebis, chèvre y el Comté de Noël, delicioso) con un Chardonnay. De postre, la "Bûche de Noël" de la famosa pastelería Lenôtre que había llevado Aurora. La fuimos a acompañar a su departamento, a dos cuadras ¡a las 2am!
El 25 anduvimos por Montmartre, animado pese al tiempo, no tanto frío como húmedo y neblinoso. Por la rue des Abbesses hasta la linda iglesita de St Pierre de Montmartre, del s. XII, y luego a la terraza de la Basílica, desde donde sólo se distinguía la parte inferior de la Torre Eiffel.
II
El martes 26 madrugamos para salir a oscuras a tomar el bus 88 que nos llevaría a la estación de Montparnasse, donde abordaríamos el tren rápido (TGV) de las 9.10 rumbo a Tours, la linda Tours acunada entre el Loira y el Cher. En la Place de la Gare, bajo un cielo gris plomo y con un aire helado, recogimos el coche.
Pasamos dos noches en Tours, y dos días en el “Valle de los Reyes”. Tras dejar el equipaje en el Hotel Rabelais, partimos en dirección de Saumour para llegar a la Abadía Real de Fontevraud (s.XII), una verdadera ciudad monástica regida en su momento por una abadesa –con salones, refectorio, cocina romana de plano octogonal, jardines de ornato y hortalizas-, en el centro de cuya nave desnuda pueden verse las tumbas de piedra con esculturas yacentes de: Leonor de Aquitania* (1122-1204) , casada primero con Luis VII, rey de Francia, y después con Enrique II Plantagenet, rey de Inglaterra, quien yace a su lado, así como uno de sus hijos: Ricardo Corazón de León, e Isabel de Angulema, casada con Juan Sin Tierra y muerta en Fontevraud (o Fontevrault) en 1246. Fue por el apoyo que dio Leonor a la difusión de la poesía trovadoresca, tanto en la Francia de Oïl como en Inglaterra y sus dominios, por lo que Brian se interesó en este viaje a Tours, aunque ya en el verano de 1972 habíamos estado en la zona, visitando los castillos bajo cielos más luminosos y temperatura más clemente, salvo esta abadía, de la que no sabíamos nada. Nos detuvimos a comer en el pequeño y agradable pueblito de Montsoreau, en altura, con vista de la confluencia del Loira y el Vienne.
*Los párpados bajos y una expresión plácida y medio sonriente, coronada la cabeza encima de la toca ceñida por las mejillas y el mentón, con los codos apoyados en lecho de piedra, la reina sostiene en las manos un libro abierto, que según algunos es una Biblia. La almohadilla y la saya entera de muchos pliegues, con gran nudo en la cintura, llovida de florecillas doradas de cuatro pétalos sobre los restos de pintura azul. Así, pienso, me gustaría que me enterraran, debajo de una lápida que sirviera de lecho a una yacente con mi rostro, los párpados entrecerrados, sosteniendo un libro, por haber amado la literatura y promovido en una mínima medida la lectura. Si fuera posible, pediría a mis herederos que, como a los pies de otras reinas el escultor anónimo ha colocado un perrito, símbolo de fidelidad femenina, en mi regazo de piedra se haga labrar un gato enroscado.

De ahí fuimos a visitar lo poco que queda de un Chinon derruido, a saber, la Torre del Reloj, donde se exhibe parafernalia relacionada con Juana de Arco. Luego al hermoso castillo real de Blois, con sus diversos estilos, uno al lado del otro: el ala gótica de la Edad Media; el ala Luis XII, de estilo gótico flamígero; la de Francisco I, Renacimiento, y el ala Gastón de Orleáns, clásica. Ahí se encuentra la habitación real donde fue asesinado el duque de Guisa, por órdenes de Enrique III, a quien habría querido deponer el duque mediante un golpe de estado. Para ilustración del visitante se muestra un vídeo de una cinta del cine mudo.
Al día siguiente, pasamos a los encantadores castillos de Amboise y Clos de Lucé (la mansión que Francisco I regaló a Leonardo da Vinci para que trabajara ahí los tres últimos años de su vida), a cuyo recorrido dedicamos toda la mañana. Después de la comida, ya no pudimos abarcar más, pese a nuestras ambiciosas intenciones. Llegamos a Chambord cuando ya estaba por cerrar, pero nos tocó verlo iluminado, como de cuento de hadas (Disneyworld…).
En Tours cenamos en La Chope, marisquería, las dos noches.
El jueves 28 temprano devolvimos el coche, y a las 8am abordamos el tren a París. De Montparnasse llegamos en taxi a la Gare de Lyon, para tomar ahí el tren a Avignon. Habiendo planeado previamente todo esto, sabíamos que contábamos con un margen de dos horas entre la llegada a una estación y la salida de la otra. Yo me había ocupado de reservar desde aquí los hoteles (como para España), Brian de reservar el coche, y Martha de comprar los pasajes de tren. Estuvo bien la combinación, ya que el tren nos permitió descansar, y el coche recorrer distancias cortas muy a gusto.
A casi 300 kms por hora, el viaje en tren ocasiona al principio una sensación de sordera semejante a lo que ocurre en un vuelo. En el camino, y cuando faltaba menos de una hora para llegar, nos sorprendió un paisaje de “cerezos en flor”, dijo Martha primero, pero que resultó ser escarcha sobre árboles y campos: una visión hermosa, si bien un poco inquietante…
Sin embargo, al llegar dos horas y 45 minutos más tarde, fuimos recibidos gratamente por un Avignon bañado de sol. Saliendo de la muy moderna estación del TGV encontramos las oficinas de Europcar , donde debíamos recoger nuestro coche, esta vez un Renault Clio. El joven agente, simpático y políglota, nos recomendó para esa noche un restaurante: "Au tout petit", llamado así con razón. Ahí, después de contemplar iluminada la Plaza y el Palacio de los Papas, cenamos temprano, muy bien atendidos por el chef, quien nos dijo que para año nuevo pensaba cerrar y mudarse a otro lugar de la Provenza. Pasamos sólo una noche en Avignon, para regresar tres días después.
III
Del 29 al 1o de enero, estuvimos en Aix-en Provence: pequeña, encantadora, llena de historia, y también, oh, maravilla del Mediterráneo, de sol. Hermosas mansiones (hôtels), de los siglos XVI a XVIII, monumentos (la torre del reloj, la catedral), fuentes romanas, medievales, renacentistas (¡no menos de 40!), plazas, museos. Tiene universidad, y un ambiente estudiantil muy simpático, con cines de arte (Cézanne, Renoir), muchos cafés y restaurantes a lo largo de su Cours Mirabeau*. Como era Navidad, toda la ciudad estaba muy acicalada con luces de colores, arbolitos decorados, ferias para los niños con bellos carruseles de dos pisos. En uno de esos cines vimos “La flauta mágica” en una versión poco original y no poco desagradable dirigida por Kenneth Branagh. Como escribiera uno de los críticos, “para disfrutar la música, podía haberme quedado en la sala de mi casa”…
*ver más adelante en la parte sobre el Castillo de If.
Recorremos a nuestras anchas la imponente Catedral del San Salvador, con visita guiada del ameno claustro cerrado. En el interior de la catedral, nos sentamos a ver un video explicativo del famoso tríptico de Nicolas Froment: “La zarza ardiente”, del s. XV, en el que se aprecia la increíble minuciosidad en los detalles de la pintura, el tratamiento de los metales (reflejo de parte de un rostro en el hombro de la armadura de un caballero, por ejemplo), los tapices, etc. La catedral fue erigida en el lugar donde se alzaba un pino del que los católicos colgaron a los hugonotes…
También en Aix (derivado del antiguo latín correspondiente a aguas) se encuentra el Museo de los Tapices, en el antiguo palacio episcopal, entre los que destaca la serie tejida en lana y seda en Beauvais en el s. XVIII, con escenas de las aventuras de Don Quijote y Sancho. En las calles, nos sorprenden los letreros en provenzal: Antiguo Carriero… Plaço…
En una simpática librería de viejo encuentro el libro que andaba buscando: La Place, de Annie Ernaux, que leeremos en el curso “En torno a Proust”, dentro de dos meses, y descubro una grabación en casete de “Un coeur simple” de Flaubert, leído por Fabrice Lucchini.
Lamentablemente, el Museo Granet donde esperábamos ver algunos Cezanne está cerrado. A cambio, visitamos el taller del artista, que ocupa todo el segundo piso de una casa de campo, con gran ventanal abierto al jardín y la montaña Ste Victoire que tanto le sirvió de inspiración. Ahí pueden verse su bata y su abrigo colgados junto con su boina y su bastón, la mesa con los objetos que pintaba en sus naturalezas muertas, el caballete, la escalera gigantesca de madera a la que se trepaba para tener una mejor perspectiva del cuadro en el que estaba trabajando, colocado en el piso. Regresamos al estacionamiento para ir en coche a Vauvenargues, donde se encuentra el castillo –cerrado al público- que se compró Picasso, y donde está enterrado.
El 30 nos dirigimos a Marsella, a sólo media hora de carretera. Hermoso y pujante puerto, es la segunda ciudad francesa en importancia, con una rica historia desde que fue colonizada por los griegos. Cuenta con universidad, red de metro e innumerables monumentos y museos. Nos tocó verla en un día soleado y tibio: el mercado de pescado, el Viejo Puerto convertido en elegante marina para yates. Nos dirigimos a los muelles para embarcarnos rumbo a la isla de If (Iphea griega), donde hicimos una visita guiada del castillo-prisión en el que estuvieron encarcelados personajes célebres, reales -como Honoré Gabriel Riqueti, Conde de Mirabeau (1749-1791), famoso escritor, orador y estadista, quien de joven fue calavera y a quien el propio padre, por dudas de juego o de honor, hizo encarcelar aquí (aunque en otras partes se dice que fue en la Isla de Ré), si bien en condiciones de lujo, para enseñarle una lección. O imaginarios, como el Conde de Montecristo. Nos enteramos del origen del nombre Montecristo: es un lugar de la República Dominicana donde nació el padre de Alejandro Dumas, de madre negra. Otro dato curioso: como en Cuba era tradicional que los trabajadores de las cigarreras tuvieran un lector de obras literarias, tras meses de escuchar la novela de Dumas se decidió bautizar con el nombre del Conde los famosos habanos. Otro preso célebre… fue
el rinoceronte que conocemos por el grabado de Durero. Esta es la historia: “En 1513, el rey Guzarat ofrece a Manuel el Magnifico, rey de Portugal, un rinoceronte de Asia (sic). El rey de Portugal, a su vez, desea regalarlo al Papa León X. Se envía, entonces, a la bestia de Lisboa para ir a Roma, y hace escala en Marsella, en la Isla de If, en 1516. Totalmente desconocido entonces en Europa, el animal suscita la curiosidad de los habitantes de la ciudad, y la de Francisco I, que a su regreso de Marignan viene a admirarlo. Alberto Durero realizó entonces el célebre grabado en madera del rinoceronte, a partir de un esbozo. El rinoceronte permaneció /en cuarentena/ algunas semanas en la Isla de If, para salir de nuevo rumbo a Roma. Pero una violenta tempestad arrojó el navío contra los arrecifes en el golfo de Génova. Se encontró su cadáver en la costa. El Papa lo recibió disecado.”

Desde la terraza del castillo se podía apreciar bien la extensión del puerto de Marsella.
De vuelta en la ciudad, subiendo por la Canebière, avenida central que arranca del Vieux Port, hasta el Cours St. Louis, llegamos a Touniou donde se sirven, desde hace más de cuarenta años, según el recetario que el cliente puede llevarse de recuerdo, “des quantités monstrueuses de coquillages et de crustacés”, de los que pedimos un platón variado, además de un erizo de mar que Brian pide expresamente, “para probar”). Bajamos después al puerto a tomar une noisette, que sería el equivalente del cortado y el macchiato, y ahí decidimos tomar el trenecito turístico de la Bonne Mère para subir por las calles muy empinadas hasta la basílica de Notre Dame de la Garde, otro pastelón feo como el Sacré Coeur de Montmartre, pero desde cuya terraza, en una colina a unos 147 metros sobre el nivel del mar, se tiene una estupenda vista del puerto, que ha recibido recientemente una inyección de recursos financieros para embellecerse. Volvimos a Aix, después de una merienda por demás mediocre. Brian, como siempre, un as del volante, cauteloso, orientado, esta vez con la ayuda de su GPS… Eso no significa que la devoción ciega de mi marido a su recién estrenado aparato no nos haya obligado a pasar horas muertas, grises, opacas –de exasperación apenas contenida- estacionados al margen de la carretera, o junto a un puente, en general después de la cena, cuando ya apenas podíamos ver el camino, leer los letreros, coordinar nuestros pensamientos, y en lugar de empezar por basarnos en un mapa de papel común y corriente, o preguntar en una estación de gasolina, veíamos mi amiga y yo a Brian inclinado sobre la pantalla del dispositivo electrónico, tratando de descifrar la orientación, la dirección y la mejor manera de llegar a nuestro destino, es decir el hotel, para llegar a la conclusión, 30 o 45 interminables minutos después, de que tendríamos que ir a la gasolinería más cercana para bajarme yo y preguntar. Al menos en una ciudad –no recuerdo si fue Avignon o Aix-en-Provence- terminamos haciendo lo mismo dos veces, es decir ¡pidiendo yo las mismas indicaciones al dependiente de la misma estación! Como decía mi abuela: “nunca falta un pelo en la sopa”…
En Provenza nos alojamos en hoteles de la cadena Campanile, en las afueras de las ciudades, con cuartos de dimensiones algo exiguas, servicios regulares, y desayunos variados y abundantes, tipo buffet. La peor experiencia fue con el Court’Inn (en el poblado de Courtine, Avignon), a donde llegamos poco antes de las 19hrs para encontrar la oficina cerrada y vacía. Tuvimos que esperar la media hora que le llevó al encargado regresar de cenar. A la mañana siguiente, hubo que ir a buscar en persona el desayuno prometido “dans la chambre”. En cambio, el Hotel Rabelais de Tours resultó satisfactorio.
IV
Al salir de Aix el 1o de enero rumbo a Avignon, nos detuvimos en Salon de Provence (sospecho que esta terminación en on, como la de Avignon, tiene que ver con la lengua provenzal, y el nombre citado nada que ver con la palabra “salón”). Aunque anunciada por la guía Let’s go, fue una grata sorpresa: interesante castillo del siglo XIII, la Colegiata de San Lorenzo, donde estuvo Nostradamus, otra iglesia románica del XIII en buen estado, y el Hôtel de Ville del XVIII. Después, Arles, y Nîmes, dos preciosas ciudades (la primera algo descuidada y sucia, la segunda con más "personalidad". En ambas, monumentos romanos admirables, en particular los anfiteatros que todavía se utilizan para corridas de toros. La sorpresa agradable en Nîmes fue, pese a ser día feriado, pudimos visitar las Arenas, admirar la Casa Cuadrada, entrar a la Catedral de Nuestra Señora.
En Avignon nos quedamos dos días más, insuficientes para ver ni siquiera una quinta parte de sus sitios de interés, sus no menos de nueve museos, pero bastante para recorrer el Palais des Papes, que son en realidad varios palacios, pues cada nuevo pontífice le hacía ampliaciones al anterior… El Puente de Saint Benezet, semidestruido varias veces por la fuerza del Ródano, y al final dejado a la mitad, como “museo”; objeto de la canción popular, que al parecer originalmente no era “Sur”, sino “Sous le Pont d’Avignon). Y al otro lado del Ródano, nuestro último día en el sur, visitamos el pueblito de Villeneuve lez (sic) Avignon*, con una torre medieval, las ruinas de una cartuja benedictina de enormes dimensiones, y un museo interesante: Pierre de Luxembourg, en el que se expone, entre otros, la "Coronación de la Virgen" otra pintura muy historiada del s. XV (de Enguerrand Quarton).
V
*Hablando de "pelos en la sopa", fue en este tranquilo poblado donde fui víctima, ese miércoles 3, a las 14.25hrs, unas dos horas antes de nuestro tren a París, de un "vol à l'arrachée" **, después de que Brian, en un descuido excepcional e imperdonable –según él mismo lo juzgaría posteriormente-, contrario a todas sus precauciones habituales, se estacionó sin ton ni son en un paraje desolado, por el ansia de querer visitar después de la comida un último monumento medieval, la Torre St André. Se adelantó a grandes zancadas, mientras Martha y yo subíamos la colina a paso lento. El atracador me llegó por detrás, y yo sólo sentí que alguien alzaba con ambas manos la correa de la bolsa de cuero que traía en bandolera. Aunque hecha en China, no creo que se haya roto, sino más bien que mi asaltante, con mucha 'sotileza', como diría Cervantes, la cortó de tajo, para enseguida dar un tirón al que opuse una resistencia tardía y no muy vigorosa. Al volverme, lo vi de espaldas, alto y ágil, alejándose a todo correr con su botín hacia el coche en el que su cómplice lo esperaba al volante, para arrancar de inmediato colina abajo. Brian acudió a mis gritos y los de Martha, y pudo al menos tomar parte del número de la placa.
Mientras yo hacía la declaración en la comisaría, Martha llamó a la estación de tren para avisar que no podríamos tomar el de las 16hrs, y Brian a la Embajada de los EU para averiguar lo que teníamos que hacer para poder salir, el domingo, de un país y entrar al otro sin la green card. Debo decir que todo mundo nos trató muy bien… Pero nunca recuperé nada. En la bolsa llevaba no sólo los 200 euros que acababa de cambiar sino, mucho más importante, nuestros pasaportes y tarjetas de residentes, que, también excepcional e imperdonablemente, no me había colgado al cuello como de costumbre, sino guardado, dentro de sus carteritas con correa, en la misma bolsa que me arrancaron… ¡Lo que es haber bajado la guardia, confiados en que estábamos en un "país del primer mundo"! Además, una tarjeta de crédito, otra para cajero automático, mi libreta de direcciones, la bolsita de cosméticos que me hizo mi mamá de un bonito lamé, y otras cosas de menos importancia. De las oficinas de Europcar nos permitieron hacer llamadas a las Embajadas de Australia y México en París, para dar cuenta de lo sucedido y pedir cita para el día siguiente.
** No puedo resistir la tentación de copiar aquí parte de lo que encontré en Internet sobre este tipo de robo:

« DÉFINITION :
Vol avec violence perpétré par un ou plusieurs individus. Action d'arracher en force, des mains de la victime, un objet convoité (sac à main, téléphone portable, carte bleue, lunettes de marque, etc)
Les "arracheurs" peuvent être à pied ou motorisés (moto, scooter)
Ne pensez pas que ce genre d'individus ne s'attaqueront pas à vous si vous n'êtes pas une personne âgée ou si vous êtes en pleine journée dans une rue très fréquentée.
Il est vrai qu'une majorité s'en prennent à des personnes âgées qui sont pour eux des proies faciles, mais ce n'est pas une généralité. Ils s'attaquent à toutes personnes susceptibles d'avoir quelque chose qui peut les intéresser.
CONSEILS :
C'est un peu idiot à dire, mais il vaut mieux garder votre argent dans une poche de pantalon que dans son sac à main. Idem pour les choses de valeur (carte bleue, chéquier, téléphone, etc). Si vous vous faite voler votre sac, vous me remercierez par la suite. Privilégiez les poches avant, pour évitez également les pique-pockets.
Ce conseil, je le donne surtout aux personnes âgées, parce que j'en ai vu trop finir leur jours à l'hôpital pour un simple sac à main. Je ne leur conseil pas de nouer leur sac autour de la taille en pensant qu'un éventuel voleur ne pourra pas leur arracher. Erreur, si la lanière ne casse pas, les voleurs n'hésiteront pas un seul instant à vous traîner sur plusieurs mètres. C'est avant le vol qu'il faut tenter un échappatoire. Au moment où on vous l'arrache, c'est trop tard, il faut laisser faire sans opposer de résistance. Pensez que ce n'est qu'un bien matériel et que de toute façon, vos voleurs sont déterminés. J'ai vu le cas parmi tant d'autres, d'une femme âgée de 92 ans, qui s'était fait traînée sur cinq mètres et rouée de coups par trois jeunes de 15 ans, parce qu'elle ne voulait pas lâcher son sac à main. Nous avons eu la chance d'interpeller un des voleurs, porteur du sac à main, mais cela n'a pas empêché la victime de finir à l'hôpital avec un traumatisme crânien très grave. (…) »
De modo que debo agradecer el no haber terminado “traînée sur cinq mètres et rouée de coups » ! Cuando Martha le relata la historia a una amiga francesa, ésta le comenta que tanto en Avignon como en su vecino Villeneuve hay mucho desempleo…

De vuelta en la Gare de Lyon, helada, lo primero que hicimos fue dejar a Martha, tan sacudida como nosotros por la desventura, en un café con el equipaje, para ir a sacar dinero de un cajero, y en seguida tomarnos las fotos necesarias para los pasaportes del día siguiente. También llamamos de una vez al banco para cancelar la tarjeta de crédito (estaba yo tan nerviosa que no atinaba a recordar mi número de cuenta; afortunadamente, es una que tengo junto con Brian, y él pudo continuar la declaración –y desafortunadamente, porque entonces tuvo que hacer cancelar también la suya. Pero traía otra de reserva. Asimismo llamamos a Ian para que me hiciera el favor de buscar unos papeles para cancelar la tarjeta del cajero automático, y dejara el mensaje en la contestadora del departamento, cosa que hizo puntualmente.
Una vez concluidos esos trámites, agotados, decidimos no irnos a la cama sin cenar, sino subir a Le Train Bleu y relajarnos bajo los candiles y decoraciones barroquísimas de la Belle Epoque, cenando algo ligero y delicioso, acompañado de una copita de vino rosado que nos cayó francamente muy bien….
Dentro de todo, fue “afortunado” (ya voy a hablar como el Dr. Pangloss…), primero, que el atraco no me haya causado ninguna lesión, y segundo, que haya ocurrido casi al final del placentero viaje, pero no demasiado cerca de la fecha de nuestro vuelo de regreso… Dedicamos Brian y yo todo el jueves y la parte de la mañana del viernes a gestionar sendos pasaportes de emergencia y la carta (transportation letter) de re-entrada a los EU. Esto significó ir y venir de tres embajadas. La de Australia queda en la calle Jean Rey, en un edificio enorme, sobre cuya pared lateral se anunciaba una exposición de hermosos cuadros aborígenes.
La de México –trasladada desde mis tiempos de estudiante en París …- en la calle de Notre Dame des Victoires, no lejos del metro Bourse, y a un lado de la placita y la basílica menor homónima, que esa tarde, en lo que hacíamos tiempo para recoger mi pasaporte, Brian y yo entramos a visitar. De frailes agustinos, sus paredes están tapizadas con exvotos. En dos placas se hace referencia a la “odiosa profanación” que sufrió a manos de los miembros de la Comuna.
La de los EU, por último, ocupa el elegante Hôtel Tayllerand, en la Rue des Florentins a un lado de la Plaza de la Concordia, y para entrar en ella, después de anunciar nuestro asunto al guardia filipino, hay que pasar por un mecanismo de seguridad semejante al de los aeropuertos de hoy en día.
VI
El viernes a las 11hrs teníamos cita en el Grand Palais, para ver la exposición –muy mal organizada- de arte egipcio en ciudades sumergidas (Alejandría, Herakleión, Canopa), con mi amigo Bernard y su familia. Pudimos acudir en cuanto concluimos un trámite preliminar en la Embajada de los EU, a la que tendríamos que regresar después de la comida. Conocí a Bernard en 1968 en Burdeos, donde todavía vive, cuando llegué a trabajar como auxiliar de español en el liceo de niñas. El caso es que a lo largo de los años nos hemos seguido escribiendo, dos o tres veces por año, y hemos seguido nuestras vidas a grandes rasgos. Es la segunda vez que, sabiendo que iba yo a París, me propone encontrarnos ahí. La primera fue en 1988, cuando viajamos con Alan, Ian y tía Bertha, de Australia, y él llegó con su mujer y su niña de seis.
Nos volvimos a dar cita para el sábado en la mañana, a la entrada del Institut du Monde Arabe, un gran edificio moderno, a orillas del Sena, donde se exhibía: “Venecia y el Oriente”, muy interesante (co-organizada por el Institut y el Metropolitan, estará en éste a partir de marzo. Ellos debían tomar su tren de vuelta a Burdeos esa tarde, y nos despedimos cerca de Notre Dame. Entonces, ya con nuestro papeles en la mano, y mucho más tranquilos, Brian me hizo el favor de acompañarme a la tienda de velas muy especiales y perfumadas (Dypthique), de la que mi prima me encargó una para su cumpleaños, y yo a mi vez lo acompañé a hacer la visita guiada del Museo de las Alcantarillas de París (¡!). No tan “emocionante” como él esperaba, aunque, dentro de todo, interesante. Después dimos una vuelta por el Barrio Latino, para ubicar la mínima rue Serpente, que desemboca en el Blvd. St. Michel, y en ella el Hotel Fleur de Lys, donde pasamos nuestra luna de miel –en pie, renovada la entrada, atendido por un chino.
VII
París nos pareció tan bella como siempre, o tal vez más ahora, con sus fachadas limpias, las vistas siempre sorprendentes desde los puentes del Sena, que serpentea graciosamente a través de su “amante”, como dice la canción, y ahora su iluminación navideña. Además de sus luces nocturnas, la Torre Eiffel, como la Grande Dame de París, lucía durante un minuto cada hora entre las 19 y las 23, resplandores como “estrellas que titilan a lo lejos”… Se habla ya de que la epidemia de obesidad está llegando a Francia, supongo que merced a los omnipresentes e insufribles McDonald’s. No obstante, vimos que las mujeres siguen siendo esbeltas y elegantes (con estilo; había jovencitas con botas hasta la rodilla, medias negras, y hot pants de tweed; encima, una chaqueta blanca de lana, con cinturón, por ejemplo). Y la comida, deliciosa… El 6 de enero vimos a multitudes pasar a las pastelerías a recoger su “galette de Rois”, una confección de pasta hojaldrada con base de frangipan, es decir, una crema de almendras, que nos dimos el gusto de saborear, pues Aurora gentilmente nos invitó de despedida a tomar una copa de champán, y Martha le llevó una. En mi porción encontré un muñequito, pero no el niño Dios como cabía esperar, sino ¡un busto dorado de Schumann!
De modo que todavía extraño simplemente las baguettes: doradas por fuera y blanquísimas por dentro, los croissants, y hasta el café-au-lait.
Otro placer grande fue escuchar hablar en francés, siempre con mucha corrección, aun en boca del joven encargado de controlar que los pasajeros del metro salgan con su boleto marcado, que al verme sin el mío me impuso una multa… de 25 euros. Eso fue el viernes por la tarde, y como le dije a Brian, “ya sólo falta que me orine un perro, o me atropelle un coche”. A sabiendas de que existe ese control, y de que hay que guardar el boleto usado, como había sacado del bolsillo del abrigo uno del día anterior, decidí deshacerme de él, y sin pensarlo, boté los dos al mismo tiempo a la basura. De todos los viajes que hicimos en metro en esos días, me tenía que tocar el control la vez que no conservé mi boleto. Para colmo, no podía mostrar mi pasaporte ni ninguna otra identificación, pues también por descuidada –el resfrío que venía arrastrando desde Avignon y la tensión de los últimos días pueden haber contribuido a una cierta fatiga mental…-, había dejado esa mañana en el departamento la fotocopia del pasaporte, que por cierto me salvó de que fueran más complicados los trámites para obtener el nuevo. Aun así, más que rabia, me inspiró respeto el que se hiciera cumplir la ley, sin excusas ni pretextos.
En suma, pese a los enojosos incidentes, regresamos felices. Volamos de Charles de Gaulle el domingo 7 a las 14hrs, para llegar a Newark a las 16…

Irene Prieto- febrero de 2007

Pd. De regreso, nos hemos dedicado a tramitar la reposición de nuestros documentos permanentes. Un consuelo fue que de nuestro seguro obtuvimos el reembolso del 80% de las sumas para nada risibles que tuvimos que desembolsar para los servicios consulares, tanto en París como en Nueva York.

No comments: